Historias del Museo
El 10 de Julio de 2013, MartÃn Marzol estusiasmado llamó por teléfono a su tÃo Oscar para informarle que por Telefé reporteaban a un hombre que tenÃa una imprenta en Tigre fuera de servicio y que no se resignaba a que tuviera un final de chatarra. Estaba dispuesto a donarla a una institución que pudiera utilizarla como parte de un Museo.
Se trataba de una noticia importante, y por medio de Noelia, que en ese entonces trabajaba en ese canal, pudo conocerse que ese benefactor se llamaba Héctor Chiari. Al otro dÃa se contactaron con Paz Scafú, su nieta, y se le planteó la posibilidad de que esa imprenta se trasladara al Museo Iriarte, que se harÃa cargo de los gastos de los trabajos necesarios para la mudanza completa. Comenzaron entonces los preparativos ya que ambaspartes tenÃan una clara afinidad por sus respectivas trayectorias y simpatizaron,
Oscar necesitaba tiempo para planificar el traslado y arreglaron de palabra – y fue suficiente – que se desecharÃan las probables ofertas que llegarÃan de chatarreros. Se llegó a un acuerdo por la donación, y con celeridad se planificó el complejo operativo de levantamiento de la imprenta, su traslado y posterior montaje en un edificio que deberÃa construirse rápidamente.
Por medio de Eduardo Padela se pudo contar con los servicios de Luis Córdoba y su hijo, mecánicos entendidos en imprentas, para todos los trabajos demandados.
Hubo varios contratiempos, especialmente el levantamiento de la Impresora por su gran tamaño. Tuvo que desarmarse completamente, y se necesitaron dos fletes. Finalmente quedó en condiciones de funcionar en Abril de 2014, para beneplácito de Oscar, Héctor y sus respectivas amistades y colaboradores.
Héctor Chiari fue director del diario El Comercio, que fundó su padre en 1936, al servicio de las comunidades de Tigre y San Fernando, los abundantes materiales residuales de esas publicaciones también fueron legados al Museo.
Después del exitoso traslado, su hija Alicia escribió una emotiva nota biográfica sobre Héctor y su imprenta, que por su contenido Ãntimo y descriptivo mereció una placa que la resume, aplicada en la nueva sala del Museo donde la Imprenta volvió a nacer:
“Las páginas amarillentas con mas de 50 años archivadas, son el disparador de toda una historia de vida y de trabajo. Fue el sueño y la meta de nuestro padre, autodidacta con pocos años de escuela. Supo plasmar a su manera, ideales y principios que nacieron en él. Desempeñó varios oficios pero latÃa en él el amor por la palabra escrita y la necesidad de transmitir a esa sociedad que nacÃa, todo lo que su corazón y su mente veÃan a su alrededor. Fue un gran observador de la vida y sobretodo de la gente. La pequeña imprenta, presente en los ya muy lejanos años de mi memoria, sobrevivÃa en el eterno sube y baja de la economÃa de nuestro paÃs, con la impresión de los programas de los cines (hoy ya desaparecidos) y que los hijos de Tigre y San Fernando recuerdan. De allà salieron almanaques, recibos, facturas, y algo grabado en mÃ: las bolsas de papel, que las manos cansadas de mi madre ayudaban en horas de la noche a confeccionar para contribuir al sostén del hogar muy pobre con seis hijos que alimentar.
Finalmente y con su modesto taller en marcha dio a luz su sueño: un periódico en donde volcó todas sus fuerzas, sus inquietudes, sus sentimientos. En las hojas del mismo se dio cabida a todo aquel que tuviera algo que decir a la comunidad independientemente de su sesgo polÃtico.â€
La nota es un canto de admiración a lo que Héctor generó con su grandeza de hombre de bien, su infatigable pasión por el trabajo y la familia. Salvando el lugar y su oficio, no podrÃa diferenciarse de tantos otros padres de esa época generosa del pasado, donde predominaban esos códigos, y que en alguna medida fundamentaron en Oscar, su necesidad de crear un Museo, para rendir homenaje a esa gente magnÃfica, preservando los medios materiales con los que pudieron ejercer sus oficios y actividades en los tiempos del pasado.
Por motivos de salud, la aventura terminó en 1974 “desapareciendo esa voz que no calló nunca ante las injusticias, el manejo irregular de los dineros públicos, los negocios espurios, pero también desapareció la hoja que se ofrecÃa a quienes amaban los versos y la literatura.â€
La familia de Héctor Chiari visita el Museo
Las Linotipos
En nuestro paÃs, a partir de la década de 1870, la cultura escrita comenzó un proceso de expansión superando las impresiones de la elite ilustrada. El número de diarios aumentó considerablemente. Además surgieron centros culturales alternativos orientados a los sectores populares; se expandió el mercado para textos educativos, fundamentales en la educación pública; creció enormemente la publicación de obras literarias de gusto masivo. En sÃntesis, las transformaciones culturales en el final del siglo provocaron una enorme expansión y diversificación del campo cultural, proceso en el cual se consolidaron las primeras empresas editoras argentinas.
En este progreso tuvo mucho que ver la aparición de un invento alemán, que permitÃa desde una estructura de teclado similar a una máquina de escribir, construir letras sólidas de metal fundido que se agregaban formando los textos que el operador ordenaba desde el teclado, y que después se utilizaba para la impresión sobre papel. Esta máquina llamada Linotipo fue creada por Ottmar Mergenthaler en 1886, y mecanizó el proceso de composición e impresión de textos.
Pocos inventos han tenido tanta importancia y, al mismo tiempo, una vida tan corta, ya que pasaron a la historia a mediados de 1970. En el primer medio siglo de vida se importaron en gran escala, y casi no hubo ciudad que no tuviese al menos una para las necesidades de impresión de la población, especialmente diarios y revistas. Esta máquina fue entonces un patrón tecnológico incorporado en nuestra sociedad desde principio de siglo, y la base del trabajo de las principales imprentas.
Para mas información sobre los Linotipos y su funcionamiento consulte el siguiente enlace LINOTIPO