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Un tipo con templanza

Historias de Iriarte

Cuentos de Oscar Marzol

Sorpresivo Villalba era ya un grandote cincuentón.  Le gustaba el campo, ya que había nacido en su zona de influencia pero lo obsesionaba el comportamiento humano, razón por la cual cursó los dos primeros años de la carrera de Sociología en la Universidad Nacional de La Plata.  Y se volvió.

La noche del 26 de febrero de 2004 había invitado a su casa, en el pequeño pueblo de Iriarte, a un montón de amigos para celebrar la alegría de los carnavales, aunque en realidad le gustaban las reuniones para comer y chupar.

Logró despertar la envidia de los invitados varones con su habilidad para los pollos a la parrilla rociados sólo con limón y la aprobación de las mujeres por su capacidad histriónica, que despertaba curiosidad y alegría.  Innumerables “aplausos para el asador”, que él respondía con un simple gesto como no dándole importancia ( pero que en el fondo, disfrutaba ).

Mucho calor, mucha humedad, una noche cubierta de estrellas, el rocío que amenazaba fuerte, el cansancio por el ajetreo con el fuego, un poco de vino, otro poco de vino … y la sobremesa se puso interesante.

Comenzó Sorpresivo con algunas anécdotas sobre su pasión por la “caza mayor”, con una detallada descripción de la conducta de los animales salvajes, los peligros de la noche, la ayuda incomparable de los perros, el oído afinado del puma, el olfato potenciado del jabalí, la astucia del ciervo, la mirada esquiva del zorro y …a pesar de toda mi experiencia – dijo, con tono misterioso – , algunos animales conllevan una tarea de inteligencia y sagacidad que aún no he logrado, como por ejemplo…… Las mujeres intervinieron bruscamente y la conversación derivó hacia la conducta de los seres humanos, las bondades y defectos de pertenecer a tal o cual signo del zodíaco…

Analizaron uno a uno a los asistentes al evento – hombre o mujer – hasta que después de un amplio recorrido, llegaron a la persona de Sorpresivo.  Conclusiones generales – luego de algunos pequeños defectitos – lo presentaron como un tipo sereno, intuitivo, sagaz, paciente, con reacciones muy moderadas ante la adversidad, capaz de comprender y tolerar más allá de lo normal, en fin, daba la sensación que toda mujer merecía un hombre como él, que transmitía una paz absoluta.

Entre el éxito con los pollos y la unánime percepción de las mujeres sobre su espíritu, se fue a dormir arropado sólo con su calzoncillo color azul y sintiéndose casi un “ser superior”. 

Dejó la ventana entreabierta…….

A eso de las tres de la mañana, cuando el sueño entraba en la recta final, un pequeño y penetrante zumbido lo despertó.  Le pasó cerca de la oreja e inmediatamente sintió que se posó en algún lugar del cuerpo….¡ pero, dónde ?!.  Sintió un pinchazo en el rollo derecho de la cintura, un tanto hacia atrás. Le tiró un manotazo, pero ya era tarde.( una pequeña ronchita y a rascarse )

Se tapó completamente con la sábana, dejando sólo la frente al descubierto y las dos manos levantadas como dando misa, a la espera de un nuevo ataque.  Pasó una ó dos veces, pero no aterrizó.  ¡ Se puso loco, …….se pegó varias cachetadas sobre la cara e …incluso,  llegó a putearlo !.       Su estrategia había fallado.

Encendió la luz del velador en forma repentina y saltó de la cama en un impulso desenfrenado para encontrarlo, a tal punto que su mujer – que ya sospechaba – le preguntó qué le pasaba.  ¡ Le dio más bronca todavía !.., pero para disimular le contestó que tenía mucha sed e iría al baño a tomar agua.  Mientras hablaba, revisaba sin éxito todas y cada una de las paredes del dormitorio, movía las cortinas, agitaba las manos sobre los cuadros…

Aparentó serenidad  – no era para menos después de tantos elogios de sus amigas – ; apagó el velador pero se quedó con el interruptor en la mano. 

¡  Aquello recién comenzaba…!

De pronto sintió un pequeño ardor en el tobillo izquierdo – que daba a la ventana – accionó la perillita y lo vio bien rellenito sobre la blanca pared.  ¡  Su mujer ya no dudaba ! . Tomó fuertemente su inmensa alpargata – calzaba 44 – de la parte más angosta correspondiente al talón, pero intuyó que todo lo que estaba sobre la antigua cómoda, tales como espejitos, perfumeros, candelabros, el reloj despertador, los cuadritos del abuelo y los nietos, su propio retrato de hombre joven y otras cositas por el estilo, volarían por el aire.  ¡ Cómo podía ser que un animal tan insignificante y a oscuras, lograra parapetarse en una posición tan ventajosa !

Depositó suavemente la alpargata en el piso y se fue para la cocina con un plan, al menos, ingenioso.  Sacó de la heladera el frasco grande de duraznos en almíbar, se comió – de paso – los dos que quedaban, lo enjuagó y secó convenientemente y regresó contento con el frasco en una mano y la tapita dorada con bordes dentados, en la otra.

¡ Su mujer sólo miraba, con una expresión ya a esa altura de la noche, mezcla de admiración, asombro y evaluación pacífica de una posible internación a corto plazo !

Con lentitud y mucha paciencia rodeó al agresor apoyando la ancha boca del frasco sobre la pared y con beneplácito observó que entró en el juego.  Lo tapó, apagó la luz del dormitorio y se fueron juntos, muy enemistados, hacia la cocina.

El insecto – con su frágil cuerpito lleno de sangre -, estaba paradito en una de las paredes laterales del frasco.  Sorpresivo, acercó su ojo hasta el vidrio para mirarlo frente a frente y dirigirle algunos epítetos descalificativos y amenazantes.  Luego, para gozarlo, le apoyaba el brazo, el pecho, la cara,  tentándolo – a través del vidrio –  a repetir, si era tan guapo, un nuevo ataque a su persona.

¡ Ya eran como las cinco de la mañana y la lucha continuaba !.  Uno estaba encerrado y el otro padecía una picazón generalizada en el cuerpo……

Levantó un poquito la tapa y le inyectó una pequeña dosis vaporizada de un repelente, logrando que aquél se chocara contra las paredes de vidrio tratando de evitar ese olor poco agradable.  Sorpresivo lo miraba, se rascaba y disfrutaba con el malestar de su enemigo.  No contento con eso y con una buena sed de venganza, experimentó agregándole una pequeñísima dosis de insecticida que lo desplomó al fondo del frasco, pero sin matarlo.

Le pareció un exceso. 

Destapó el frasco para que aquél se repusiera un poco y en una nueva demostración de su templanza, lo llevó – mediante un mecanismo inverso –  a la misma pared donde lo había tomado prisionero. 

Apagó la luz, se sintió tranquilo con su conciencia y se durmió….

Habría pasado no más de media hora, cuando un nuevo pequeño y penetrante zumbido volvió a despertarlo.  ¡ Era demasiado tarde para análisis muy profundos !.  Manoteó la alpargata, sin verla, por el mismo lado, encendió la luz y lo estampó de un alpargatazo que retumbó en toda la casa.

¡   Su mujer lo miró y sólo atinó a decirle : …estás, rematadamente loco ! Cuando me lo contó, tiempo después, entendí a qué se refería aquella noche cuando las mujeres interrumpieron su relato sobre las cacerías…                                 

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