Historias de Iriarte
Cuentos de Oscar Marzol
Delgada, extremadamente delgada, larga, casi – y no peyorativamente hablando – insulsa como mujer.
DirÃa que no era para nada linda (igual que yo), pero era adorablemente dulce. No iba a reuniones sociales, ni a los bailes de primavera, ni a las piletas de verano. Sólo podÃas encontrarla un domingo, al salir de la parroquia, donde seguramente iba para… “perdonar al altÃsimoâ€. VivÃa por y para su hermana Carmencita.
Durante un tiempo fue profesora de piano. ¡Claro, habÃa nacido para tener paciencia! Sus padres fueron, según mi pobre percepción, tan “chapados a la antigua†que me temo nunca se permitieron decirle : “te quieroâ€. Sin embargo, siempre supieron que contaban con ella. Para todo.
Carmencita – su hermana con algún signo de discapacidad mental – vivió en un corralito infantil de media manzana de terreno, rodeada de un tejido alto por donde ella, a través de sus rombos, compartÃa – en su imaginación – casi todos nuestros juegos (vivÃamos enfrente)
Le gustaba apoyarse sobre una puertita que lindaba con el ligustro de Corina Peroni. Ella supo nuestros nombres y el de nuestros amigos; nos distinguÃa perfectamente. Si jugábamos a las escondidas, ella se encargaba de delatarnos ante el buscador de turno. Si jugábamos al fútbol en la calle, ella era la más ferviente alentadora. Si nos veÃa de pinta, nos preguntaba hacia dónde Ãbamos. Nunca, en muchos años, se le escapó un solo detalle. Después, bastante después, te sorprenderÃa, asomadita sólo con su cabeza, detrás de una valla de madreselvas que daba a la esquina, frente a la estación del ferrocarril. Y después de cuarenta años, te seguÃa sorprendiendo. Aunque ya no estaba en aquel corralito juvenil, ni detrás de las madreselvas, sentadita en su silla de ruedas, y a pesar de mi ausencia casi permanente del pueblo de Iriarte, cuando me veÃa me saluda con un: “Hola, Oscarâ€.
No miento si digo que al describir este pequeño pasaje de mi vida, se me caen unas lágrimas. Imaginarán por qué la “Luisita†no pudo tener novio, ni reuniones sociales, ni bailes de primavera, ni piletas de verano. Por qué, siendo alta y espigada no era atractiva y por qué, cada domingo, ella debÃa ir a… “perdonar al AltÃsimoâ€.

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