Américo Morales se paseaba todas las tardes por el pueblo con un aire sobrador y canchero. Grandote, tosco, medio encorbado y con brazos muy largos. Adelantaba al unÃsono el pie y la mano del mismo lado, dándole un paso complejo. Según él habÃa practicado boxeo en B. Larroudé, pueblito limÃtrofe entre Buenos Aires y La Pampa, lugar desde donde era oriundo. Amable, conversador, entretenido por demás, proclive a las chanzas a favor y en contra. TenÃa un gestito con su nariz que delataba cualquier mentira ( ¡ y eran permanentes !).
Cacho Arriola también se paseaba todas las tardes por el pueblo con un aire serio y respetable. Petiso, gordetón, gran fumador, pañuelito al cuello y gorra con visera. Según él, habÃa nacido para dirimir diferencias, mediar entre las partes, aconsejar actitudes y arbitrar encuentros de cualquier naturaleza.
Américo Morales y el Cacho Arriola eran muy amigos.
La noche de invierno del 17 de julio de 1962 presagiaba una velada boxÃstica de primer nivel en el Club San MartÃn de Iriarte. Pelea pactada a diez rounds entre el crédito local Miguel “Cirujano†Bontempo y el campeón provincial Avelino “Rompehuesos†SagardÃa. Arbitro del combate…, ¡ quién otro que no fuera el Cacho Arriola ¡.
Pelea de fondo, estimada a las 23,30. El Club se venÃa abajo y las apuestas aumentaban minuto a minuto. Circulaban los choripanes y el vino tinto y la euforia crecÃa.
El anunciador oficial, Tomasito Iribarne, daba rienda suelta a su elocuencia, publicitaba negocios, proponÃa inversiones, aconsejaba seguros, monitoreaba el juego de luces, y señalaba la presencia prestigiosa de algún acaudalado de la zona, para que la velada tuviera ese aura de evento social y distinguido.
De pronto…, todo se complicó. Le pasaron el dato a Tomasito que Miguel Bontempo habÃa sufrido una indisposición y no podÃa presentarse a la pelea. Para esto, Avelino ya estaba presente con todo su equipo como para el tÃtulo mundial. Pantalón amarillo, botas largas con taco de vaquero, campera con flecos y un sombrero mejicano como para que lo distinguieran desde el ferrocarril que estaba a dos cuadras.
No podÃa suceder esta desgracia ni el público se la merecÃa. Elevaron la música… y la comisión entera se fue a los camarines para resolver. Suspender la pelea de fondo, devolver las entradas, someterse al abucheo general, posponerla para otra fecha y que el pueblo todo quedara en malas bocas…¡de ninguna manera ¡.
El único que podÃa defender el orgullo en riesgo era “Américo Moralesâ€
Lo ubicaron jugando un truco en la cancha de pelota a paleta de Aramburu. Le explicaron la situación sobre la necesidad de subir al ring y la primera respuesta fue “¡¡ ni en pedo !!â€. Le prometieron que hablarÃan con Avelino para que tuviera condescendencia con el nuevo e improvisado rival.
Cuando, finalmente, Américo ingresó al club luego del cambio de cartelera que el anunciador habÃa explicado y recibido con algún silbido, se escuchó una intensa e interminable ovación con vÃtores para ¡ a…mérico ¡ ¡ a…mérico ¡ a…mérico!
En reciprocidad él, convencido que jugado por jugado habÃa encontrado la noche de su vida y gloria, levantaba las manos, cerraba el ojo, tiraba besos y amenazaba con un “ya va a saber quién es Américoâ€â€¦
El primer round fue netamente de estudio. En realidad creo que el estudiado era el propio Américo, ya que Avelino no sabÃa distinguir si no serÃa un “tapadoâ€. Desde el banquito del rincón – que era una silla de madera con esterilla – se miraron con fiereza.
Un minuto duró el segundo. Avelino le pegó semejante gancho que Américo , con los ojos en blanco, descansaba en la lona.
Presto, como cualquier buen árbitro debe estar en estas circunstancias, Arriola procedió a alejar a los contrincantes y dirigiéndose a Américo le comenzó a espetar la clásica y reglamentaria cuenta de 1a 10. Luego le limpió los guantes y para cerciorarse del óptimo estado del lesionado para reanudar la pelea, le preguntó a boca de jarro : ¡¡ Cómo se llama usted !!
Américo, pensando que era una joda y medio aturdido todavÃa, le respondió : ¡¡ Soy yo Cacho, no me conocés ?? !
El Juez consideró que la pelea debÃa detenerse y la velada terminó en paz.
Oscar Marzol
Julio de 2013
Basado en una anécdota que me narrara Rogelio Colino, como transcurrida en San Gregorio (Sta.Fe )
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