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Un mediador para un desencuentro

Historias de Iriarte

Cuentos de Oscar Marzol

Habían sido muy amigos durante mucho tiempo.  Sin embargo, algo los distanció sin que ninguno supiera, en realidad, cuál hubo de ser el motivo.

Convivían en su trabajo y además se cruzaban en reuniones de amigos, practicaban deportes comunes, asistían a cuanto bailongo se convocara y alguna vez intercambiaron opiniones sobre el interés que les despertaba a ambos la figura, el carácter, la simpatía y la intriga de Virginia Otamendi, la hija rubia del Cholo, capataz de la estancia San Alberto, allá en los pagos de Iriarte.

Al tiempo, cuando se encontraban disimulaban su malestar, pero ya los abrazos no tenían el apretón franco de la amistad.

En la madrugada del 20 de mayo del 58, a la salida del baile en el Club San Martín, ambos se quedaron perplejos al contemplar la propia ironía de sus destinos.

Al día siguiente, ya un tanto recuperados de su sorpresa, resolvieron reunirse para hablar mano a mano, pero les pareció oportuno solicitar la colaboración de un amigo común que haría de buen mediador.

Se juntaron bajo el alero que daba al este, allí en la matera de la estancia en la que trabajaban.  El sol asomaba lentamente y con pereza, los chingolos se acercaban en busca de sus miguitas, una calandria buscaba un poco de grasa y la gata multicolor se cruzaba entre sus piernas.  Las ramas de los castaños se destacaban en medio de una niebla que comenzaba a disiparse.  Estaba frío, muy frío, hasta que el mediador intervino naturalmente para dar por abierto el ansiado diálogo, dando por sentado que sólo escucharía las versiones personales.

Se los veía exclamando con animosidad, se reían, gritaban, cada uno de ellos quería explicarle al otro su estrategia de seducción, los avances y retrocesos que consideraba haber logrado, las pilchas que justificaban su accionar, los galanteos desplegados en pro de la conquista de la Virginia.

El mediador, mudo.  Bueno, ese era su oficio tratando de suavizar los ánimos.

De pronto, pasó el Cholo, les gritó que los esperaba en el galpón, que ya era tarde para estar hablando al pedo…

Se miraron francamente, se dieron un gran abrazo ante la pérdida inexorable y simultánea de la Virginia, a quien habían visto a los besos con otro, sobre el ligustro de doña Catalina, la noche anterior, a la salida del baile. Ya estaba más que dicho que seguramente en ella habían encontrado esa distancia.

Dejaron al mediador, “el mate”, sobre la mesa, y se fueron bromeando hasta el galpón…

                                                             Buenos Aires,  Octubre de 2009

Imagen: desconocemos el autor, si Ud. lo conoce por favor comunicarse con nosotros por mensaje privado. Muchas gracias.

Escucha el audio de este cuento:

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Comments (2)

MUY BUENO!!

Para mi tu cuento tiene que ver con lo que le sucede a la Argentina: Virginia (la patria), los amigos (trabajadores, empresarios y políticos) quien conquista a la rubia (los maracanaces foráneos). Ëstos,por nuestros desencuentros, se apoderan del país. Moraleja: Como en el cuento, hace falta el mate de la sinceridad, hermandad y humildad para revertir la actualidad y preservarnos de males aún mayores.

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