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El visitante

Historias de Iriarte

Cuentos de Oscar Marzol

Era una espléndida mañana de agosto …

Había resuelto reunirme unos momentos con mis padres y Teresa, mi abuela materna.  Resultó distendida, profunda, definitivamente contenedora.

Miré a mi alrededor y preguntándome qué éramos un pueblito como Iriarte  y yo,  sobre esta tierra y entre tanta gente. Como primera conclusión, absolutamente, nada.  Luego vendría la otra interpretación…, que cada uno de nosotros se acomoda, para sentirnos un tanto importantes subsistiendo en uno de los pueblos más maravillosos sobre la tierra.  Si así no la hiciéramos, costaría mucho transcurrir los años. 

Me despedí de ellos y lentamente caminé con los dedos entrelazados sobre mi espalda.  Un poco más de cien años tiene mi pueblo y camino a los setenta me dirijo en cuerpo y alma.

Ningún hombre de ciudad puede  – es una lástima – , en poco más de una hora, encontrarse con tanta gente conocida.  Cada encuentro es parte de una historia retenida en los sentidos.  Aparece una cara, una risa, una forma de caminar, una anécdota, un lugar entre tantos lugares, un abrazo, una caricia, una demostración de afecto o de rechazo… y también un por qué, un cómo, un cuándo.  Algunos personajes forman parte de una selección inconsciente que la mente oculta hasta que en un día especial como el de hoy te surge un “mirá vos a quién tengo delante mío…”.  La mayoría se ha congregado en este encuentro para que yo los salude, porque somos conocidos en mayor o menor medida.  Tuve la sensación casi exacta de la reacción de cada uno de ellos,  en este encuentro casual y efímero…

Recorrí el pueblo entero.  Recorrí, casi, mi vida entera…

Aspiré profundamente el aire puro de la mañana, dejé un girón del corazón, cerré el portón de rejas del cementerio y me fui en busca de los afectos actuales…

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Pedro Gerardo Cocco

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