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Alfonso

Historias de Iriarte

Cuentos de Oscar Marzol

Esa noche estaba definitivamente triste.  No lloraba, porque no era su forma de manifestar el dolor, pero sus ojos lo decían todo.  Se separó del grupo sin que lo notaran, buscó un lugar apartado de las pocas luces que aún quedaban encendidas en el casco de la estancia, y sin que pudiera  cerrar sus párpados por el miedo, se dejó caer y se durmió junto al enorme eucaliptus, que fuera lugar elegido de tantos encuentros.

El primer sol de la mañana lo sobresaltó.  Miró a su alrededor, se sentía aún un poco aturdido, caminó lentamente hasta la puerta de entrada de la casa principal y se sentó en el primer escalón.  Allí lo encontré yo y sin decirnos nada, los dos supimos al instante que la vida ya no sería igual.

Joven, grandote sin ser gordo, afable, inteligente como pocos, desconfiado y tierno.  Su padre, de origen inglés, ya había muerto y su madre, vuelta a casar, le había concedido la dicha ó la desgracia de otros cuatro hermanos, que resultaron ser muy agresivos.  Más de un vez debió intervenir en sus peleas cotidianas y malherido, llegó a matar para salvar a uno de ellos.  No quedó demasiado claro el entrevero y eso le permitió zafar de una condena, a través del tiempo.

Nunca le gustaron las fiestas, sólo se permitía acercarse a los asados con poca gente e intercambiaba sus diálogos preferentemente con don Simón Lisarraga, el patrón de la estancia, a quien modestamente le rendía pleitesía.  Trabajaba incansablemente cuando debía trabajarse y si bien entendía cuando le correspondía algún reproche, su orgullo personal lo ponía fastidioso.  Pero se lo bancaba.

Nemesio Tevez  integraba el plantel de los galponeros y era – en cierto modo – su compinche más cercano.  Un día a éste se le cayeron dos bolsas de trigo porque estaba jugueteando con los otros y medio chupado y se reventaron en el suelo.  Tras una larga y acalorada discusión con don Simón, casi se van a las manos.  Alfonso no se atrevió a intervenir.  Simón despidió a Nemesio, después de ocho años de trabajo y Alfonso quedó dolorido porque le pareció un castigo excesivo  para su amigo de inferior rango, a pesar de no dudar un solo instante de la integridad moral del patrón.  No obstante ello, interiormente pensó – porque en algo se parecían – que Nemesio buscaría venganza.

Tuvo una sola novia declarada, a quien visitaba en uno de los puestos del establecimiento, desde donde muy tarde, varias veces se lo supo ver regresar sin hacer ruido.  Una tarde de marzo, sin previo anuncio, ella se fue sin dejar mensaje alguno. No le gustó y durante un largo tiempo denotó su ausencia en actitudes más hurañas que las de su propio temperamento.

Le gustaban  las largas caminatas con don Simón y qué decir de las cacerías de perdices y liebres, sobre todo si no asistían a la misma sus revoltosos hermanos, a quienes él quería pero consideraba incapaces porque se alborotaban, hacían ruido y más de una vez espantaban la presa.  Sólo él y Simón eran verdaderos cazadores.

Una noche de crudo invierno, don Simón debió asistir a una fiesta de los ganaderos de la zona, donde concurrió con doña Zulema, su mujer.  Alfonso quedaría de guardia con la misma tranquilidad de siempre.  Sólo le preocupó, que en su apuro, Simón no le dirigiera palabra alguna. Estaría disgustado, ó simplemente le molestaría no poder invitarlo a tal evento ?

A eso de las dos de la mañana –  llovía copiosamente -, sintió ruidos y alcanzó a divisar las luces de dos linternas.  Se afirmó en el eucaliptus y esperó que se acercaran.  Los encaró, aguantó primero un garrotazo en la espalda y se puso loco.  Se trenzaron y alcanzó a escuchar su nombre a viva voz en el mismo momento que sonaban los disparos.  Sin lugar a dudas era Nemesio que, enterado de la fiesta, venía a cobrarse aquel disgusto.  ¡¡¡¡  No sería posible mientras él estuviera a cargo de la casa …!!!.  Devolvió las agresiones como pudo pero percibió un calor ardiente en el pecho.  Cuando aparecieron sus hermanos, que dormían en el tinglado del tambo…, dos caballos y sus jinetes huían a todo galope.  Alfonso, malherido y los hermanos, espantados, sólo atinaron a esperar a Simón que, con su vehículo lo llevaría hasta el pueblo para una curación profesional.

Fue fácil determinar la culpabilidad de Nemesio y su acompañante, por las heridas recibidas, pero Simón decidió no asentar denuncia alguna.  Sin palabras pero con las miradas, Alfonso comprendió que tal actitud era un gesto de tolerancia y justicia para con Nemesio y ….sintió un gran alivio.

Cinco años después, súbitamente, en una tarde cualquiera, moría Simón, mi abuelo.  Fui a la estancia, al día siguiente, en busca de  algún recuerdo y me encontré, sentado en el primer escalón de la puerta principal a su perro,….. ALFONSO.

                                                                         Mar del Plata, 5 de Febrero de 2008

Foto de Ksenia Chernaya en Pexels

Escucha el audio de este cuento:

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Comments (1)

compaginá y editá pronto porque con el corona ¡no salimos más!. Me gustaría tener todos los escritos en un volumen. En algúna medida te parecés a Horacio Quiroga. Es mucho halago tal vez, pero creo que son muy,muy buenos todos tus trabajos. Un fuerte abrazo Pascual.

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