El curandero

«Súbitamente, a eso de las 21 horas se abre la puerta y entra un “croto”, bien croto que, según él mismo comentara, bajó del tren carguero que desde Godoy Cruz, Mendoza, se dirigía a Buenos Aires. Sucio, con derruidas alpargatas, pantalón a la pantorrilla, saco cargado de no se supo qué pero con sus bolsillos bien estirados y una gorra impresentable. Miró, saludó sin saludar, y se pidió “una caña”.

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Historias de Iriarte

Cuentos de Oscar Marzol

Tiempo antes que la familia de José y Corina Peroni se hicieran cargo de la fonda que daba a la antigua ruta 7, a escasos metros del ferrocarril, esta era dirigida por la familia Romitti.  Allí estaban “el pibe”, su hermano “titi” y la estricta maestra de nuestra escuela N° 5, la bien recordada René Donis – más exigente que el FMI – .

Piso de madera crujiente, mostrador largo secundado por un amplio espejo con algunas botellas de adorno, gran ventanal a la calle con vidrio fijo y una altura mediana que permitía observar a todos los asistentes, una mediana mesa de billar e incómodas sillas de madera, que rodeaban a las mesas redondas.  Pintoresca estampa dado que – creo – era una de las pocas propiedades con veredas de mosaicos a vainillas amarillas. Dos postes con un cable de hilos de acero que los unía, destinado al atado de los caballos que llegaban – preferentemente – los días de carga ferroviaria de la estancia La Morocha, cercana a Iriarte . Era, aunque competía con el de Aramburu y el de Padilla, el boliche del momento.

Cierta noche, otoño del 65, en una mesa distendida, cercana a la puerta de entrada,  jugaban al codillo Nicolás Mateljan, Carlitos Lovagnini, el pibe Beltramino y Juan Nicolás. En otras, otros.

Súbitamente, a eso de las 21 horas se abre la puerta y entra un “croto”, bien croto que,  según él mismo comentara, bajó del tren carguero que desde Godoy Cruz, Mendoza, se dirigía a Buenos Aires. Sucio, con derruidas alpargatas, pantalón a la pantorrilla, saco cargado de no se supo qué pero con sus bolsillos bien estirados y una gorra impresentable.  Miró, saludó sin saludar, y se pidió “una caña”.

Casi todos los humanos – a veces sin mala intención – solemos cometer el error imperdonable de burlarnos de otros a quienes consideramos en situación de desventaja o fuera de los parámetros que pudiéramos considerar normales  (como en este caso).

El intercambio de miradas fue automático entre los concurrentes. El croto se presentó como Obdulio Gómez y dirigiéndose al pibe Beltramino le manifestó que padecía un fuerte dolor de cintura por sus largos viajes en los vagones y si era posible que él le recomendara un doctor.  Ligero y bicho para sacarse la soga del cuello, le contestó que ya era tarde como para un doctor pero que quien estaba sentado a su lado – Carlitos Lovagnini – ejercía sus dotes de “curandero”.  Más ligero aún, Carlitos le dijo en voz serena y doctoral – sin distraerse en la risa contenida de sus acompañantes – “ Mire, don Obdulio, tiene que rodearse la cintura con un hilo virgen – que no haya sido usado – hasta que se corte solo y simultáneamente vaya hasta la estación del ferrocarril, dígale a Don Castrillón – el jefe – que le facilite una palangana con agua bien caliente y una pava hirviendo para ir agregándole a medida que se enfríe y un trozo de jabón “federal” para que se vaya diluyendo en ella.  Siéntese en el andén para estar más cómodo.  Luego de una media hora, tome la palangana con ambas manos y pidiendo ayuda al Señor, arrójela hacia atrás por encima de su cabeza”.  El croto agradeció y los demás quedaron atónitos.

Carlitos era un tipo flaco – era jockey – con cara alargada, pañuelito al cuello, bombachas blancas  y unos bigotitos que le daban aire de tipo entendido.

Nunca le aclaró nada a nadie. 

Veinte días después de aquel acontecimiento, Nicolás Mateljan se hace presente en la fonda para compartir otro juego de codillo.  En un determinado momento y con cierta preocupación le pregunta a Carlitos “che Carlitos, cómo le habrá ido al croto con tu remedio”…

Carlitos se acomodó el bigotito de ambos lados y con toda la seriedad de la que era capaz, respondió  “mirá, no sé si se le habrá ido el dolor de cintura pero lo que sí me quedó claro es que las patas le quedaron bien limpias”.

                                                                           Oscar Marzol

                                                                            Buenos Aires, 22 de Mayo de 2020

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