Historias de Iriarte
Cuentos de Oscar Marzol
Iriarte, pueblito perdido – aparentemente – en los lÃmites de la provincia de Buenos Aires con Santa Fe y Córdoba, ha sido y es pródigo en historias, leyendas, relatos, según quien quiera escuchar o leer circunstancias que en él han tomado estado público.
Como historia, el hecho aquà narrado se ubica en la noche del 14 de junio de 1958. Cancha de pelota a paleta y fonda de Don Pedro Aramburu, lugar obligado – por las noches – de encuentros de naipes, tragos, anécdotas, mentiras y sobre todo calor humano, con abrazos y recelos incluidos. Noche frÃa, cerrada, oscura afuera y poco luminosa adentro, a fuerza de farol a kerosene.
El gordo MarÃn le habÃa alquilado la casa a Don Domingo RamÃrez, mientras éste trabajaba en un tambo cercano. MarÃn se ausentaba hacia los pagos de Carhué a ejercer su oficio de mozo de restaurante, haciendo temporada tal como lo hacÃan los trabajadores cosecheros. También se lo veÃa, a su regreso, sirviendo las mesas en el Club San MartÃn. Su casa estaba a sólo media cuadra de la fonda, suficiente argumento como para no faltar noche alguna.
Como leyendas están las personalidades dÃscolas de Aldo Mateo, casado con Ramona Silvano, zapatero de profesión y asiduo concurrente al bar aludido. Carlitos Lovagnini, jockey de apariencia seria pero parte del equipo. Juan Cabrera, carnicero, arquero de fútbol, sonrisa picarona permanente. Julio Perini, trabajador en la usina láctea, voz ronca que acompañada de una sonrisa burlona para dar énfasis a sus palabras, daba gusto escucharlo. Nelson Guidobono, “Cacique†trabajador rural, peligroso aún estando dormido. Roberto DÃaz, hijo del serio Don Tomás pero nada serio como el padre. Todos estos tipos juntos, jugando, chupando, tramando, le daban al boliche la personalidad que aquélla noche se pudo haber transformado para siempre.
El relato, corto, complejo, misterioso y con ribetes policiales se torna confuso a la luz de las declaraciones de todos los participantes de aquella noche.
A eso de las 5 de la mañana entra al bar desencajado el gordo MarÃn, al grito de “creo que lo maté…â€, “sÃ, lo maté…â€, “por favor, vayan a verlo…â€.
HacÃa escasos quince minutos que se habÃa retirado del boliche, totalmente mamado. Caras de preocupación, incertidumbre y la designación apresurada de un grupo de rescate hacia la casa del gordo que, sentado con un pucho apurado como medicina y un vaso de agua fresca, contaba la pelea que terminó en puñalada.
Volvió la comisión integrada por Juan Cabrera, Julio Perini y Cacique. Lo tranquilizaron, dijeron que lo habÃan llevado hasta el doctor, que ya se habÃa recuperado de la paliza y curado las heridas y que al dÃa siguiente le dirÃan quién habÃa sido el que lo esperó en la puerta de su casa. Lo acompañaron hasta allà y todo volvió a la aparente normalidad.
Salvo MarÃn, las leyendas comenzaron a relatar los acontecimientos.
Mientras los integrantes de la comisión le daban lata y “tragos†a MarÃn, el zapatero y el jockey habÃan ido hasta su casa, colgaron una roldana bajo el alero que enmarcaba la puerta, pasaron una larga soga que llegaba hasta un arbusto cercano y le colgaron un muñeco, tamaño casi natural, que ellos accionaban hacia arriba y abajo cuando se topó con MarÃn. Cuando éste lo acuchilló, luego de varias trompadas, lo dejaron caer al piso…
Eran las 7 de la mañana, comenzaba a clarear y entre risotada y risotada, la personalidad del boliche permaneció intacta por muchos años…
Oscar Marzol
14 de Junio de 2020
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Muy bueno!!!