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El tío José y el Cacique…

cuentos de Oscar Marzol

El tío José Marzol, quien viviera en la estancia Los Querandíes, era objeto permanente de cargadas, sobre todo por parte del  “Cacique” Guidobono.  Uno era el mandamás, petiso, buen tipo, vasco campechano de los de antes, poco ilustrado, pelo largo y canoso a la gomina, cuchillo en la cintura, ponchito al hombro, siempre dispuesto a contarte alguna anécdota – por supuesto, de otros – . Se hacía el cabrón pero creo que “en el fondo” le gustaba ser el merecedor de chanzas porque se sentía un privilegiado referente…

El otro, un tanto pero no mucho “más joven”, señalado por la sociedad “iriartense” como peligroso a la hora de hacer jodas.  Vivía y transcurría sus días – mucho tiempo en la cancha de pelota a paleta de Pedro Aramburu, biblioteca popular del boludeo – compitiendo con otros “vagos” del lugar en el armado y trama de “lo que viniera…”

Una tarde en la estancia,  estaban varios tales como Haroldo Mateljan, el Vasco Larrañaga, Carlitos Guidobono, el Nato y, por supuesto José y Cacique  mirando caer una copiosa lluvia, desde la plataforma cubierta donde atracaban los carros lecheros para entregar sus tarros, tomando unos mates para aprovechar el tiempo y hablando de todo un poco – básicamente, con poco contenido -.

Cacique, serio, sentado sobre un tarro lechero acostado al efecto, a modo de banco, piernas abiertas y flexionadas con ambos brazos sobre sendas rodillas, con mirada concentrada, y dando un suficiente espacio entre una acotación y otra, sin mirar a nadie,  repetía con aire de preocupación  “qué bárbaro…”, “pero mire Usted…”, “es de no creer…”, “y, es así nomás…”, “parece mentira…”.

Caliente el viejo -no aguantó más – , le pregunta de qué estás hablando…?,  qué te parece mentira… ?

Cuando Cacique, con tono ceremonial  le contesta “cómo el agua que cae va buscando permanentemente la parte más baja” lo quiso matar diciéndole “que querés, que suba…, boludo…”

Entre risotadas, los otros abrazaron a José, diciéndole “perdónelo”.

No obstante, este permanente juego los mantenía a distancia pero con buena relación. Cada tanto, José le gritaba “enojado” delante de los demás, para que todos entendieran quién mandaba…

Una tarde José se descompuso muy mal y parecía muerto, según relataron.  No había forma de reanimarlo pero … respiraba.  Cuando  Haroldo Mateljan y el Vasco Larrañaga, muy preocupados decidieron  cargarlo en el auto,  para llevarlo al pueblo a lo del doctor “el negro” Caballero, Cacique lo tomó de la parte de los hombros y en ese momento de angustia total él, dirigiéndose al inconsciente José, le dice “por qué no me gritás ahora…” Casi lo dejan caer al suelo.

                                                                                                                   Oscar Marzol   

                                                               Buenos Aires, 29 de Mayo de 2020

Escucha el audio de este cuento:

                                                                   

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Comments (1)

Hermisa historia. De chico tuve la suerte de conocer todos estos personajes y ser un poco mimado de todos ellos. Los recuerdo con inmenso cariño….. Me brindaron mucho afecto en momentos difíciles.!!!!…

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