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Peludeando…

Historias de Iriarte

cuentos de Oscar Marzol

Era una noche bastante cerrada, muy fresca, pero serena.

Habían llegado a trabajar, en la Estancia Los Querandíes, dos ingenieros en genética e inseminación artificial y lograron entablar relaciones rápidamente con mis tres hermanos Oreste, Armando y Omar.

La familia de Ernesto Amicucci tenía una chacra cercana a Iriarte, con una modesta casa que en ese entonces habían alquilado al “perro” Coronel.  Pendenciero hasta el hartazgo, mal entrazado, casi irracional.  No quería pagar y no se quería ir – muy linda combinación de actitudes – . Ya los había amenazado a Peco (único heredero varón del grupo a quien, en una acalorada discusión, le había arrojado una llave francesa lastimando su brazo), y a Cristina (una de las herederas mujeres) que también tenía su carácter.  

Quién faltaba en la gestión del reclamo : mi hermano Omar, casado con Cristina.  Duro, calentoncito, práctico, manejador del derecho como pocos que,  en una actitud de poner fin al asunto, subió a su automóvil y salió raudamente a “increpar” al intruso.  La escena transcurrió en pocos minutos ya que  Coronel, cuchillo en mano, le espetó a Omar que él no era parte activa en la relación contractual del alquiler.  Duro “sí” pero boludo “no”. Entendiendo que el derecho se maneja en Tribunales, emprendió la retirada.

El relato que antecede creó la psicosis colectiva sobre la “peligrosidad” del “perro”.

Ramón “gallito de lata” Herrera era el coordinador de cuanta cacería (perdices, liebres, antílopes, zorros) se pudieran organizar en la zona.

Aquella noche, en una camioneta Ford, se dispuso salir a “peludear”, es decir, cazar peludos.  Peco, Omar y yo, en la cabina.  Oreste, Armando, Gallito y los dos ingenieros ( a quienes demostraríamos nuestras habilidades) junto a dos tarros lecheros de cincuenta litros y unos tarros con manijas, en la caja del vehículo, con reflectores para localizar los pozos y una vez allí echarles agua para que los animalitos salieran de su madriguera.

Eran las dos de la mañana y con los tarros vacíos y sin peludos, regresábamos decepcionados al pueblo.  De pronto Omar, “desde la cabina” (imaginativo sí pero boludo no), sugiere “por qué no vamos a la chacra y le afanamos unas gallinas a Coronel. Apagamos el motor unos metros antes y con el impulso llegamos sin hacer ruido a la tranquera de entrada. No se veían luces pero no obstante ello el comité de asalto, coordinó el operativo advirtiendo básicamente a los ingenieros, sobre los posibles riesgos de un enfrentamiento. 

El gallinero estaba detrás de la casa.  Gallito, Armando y un ingeniero irían por el flanco izquierdo.  Oreste y el otro ingeniero por el derecho.  Unas linternas y las bolsas de arpillera que no pudieron llenarse con peludos, dispuestas para las gallinas…Más tarde comentarían ellos que a medida que avanzaban se daban mutuo valor diciendo que si aparecía “el perro” lo agarraban entre todos, que se le iban a ir los humos agresivos, que no sabía con quienes se toparía, que mejor se hiciera el dormido para no enfrentarse con ellos, etc. etc.

Peco, Omar y yo conversando sobre la posibilidad de una emboscada por parte de Coronel.  Estate atento me dice Omar. Si el inquilino aparece, arrancás la camioneta y rajamos, porque éste es demasiado loco.  Pocos segundos más tarde le digo a Omar (que venía armado con una pistola, por supuesto, para la cacería), bajate, andá por detrás del molino, tirá unos tiros al aire  y  pegá simultáneamente unos gritos…

¡ La estampida general no es posible describirla con palabras!

Los ingenieros alcanzaron  a saltar el alambrado y así como venían en carrera se arrojaron de panza sin asomar su cabeza, en la caja de la camioneta que,  para darle mayor veracidad a lo que acontecía yo había puesto en marcha y aceleraba como queriendo escapar, esperando al resto.  Oreste cruzó el chiquero pisando chanchos y perdió la linterna.  Armando enganchó su hermoso gamulán de cuero en una púa  al querer saltar.  Pasados diez minutos gallito no aparecía.  Finalmente, agitado sin poder hablar nos dice “mierda, menos mal que acerté la dirección si no todavía estoy corriendo hacia las luces del pueblo”.

Terminamos en casa comiendo unos salamines y huevos duros.

Los ingenieros, nunca más quisieron acompañarnos “ni a cazar perdices de día…”

 Oscar Marzol

Buenos Aires, 17 de octubre de 2020

Escucha el audio de este cuento:

Ernesto «Peco» Amicucci

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Comments (3)

Muy cómico Oscar, excelente como siempre!!!! Un fuerte abrazo. Silvana.

El Poeta Alberdino

Excelente pintura, muy bien redactada a tal punto que la vas viviendo en cada trazo de la pluma

Susana Mabel Marzol

Qué tiempos aquellos, llenos de alegría y travesuras!!! Mis cuatro hermanos siempre juntos, a veces jugando, otras trabajando, o a las puteadas; a veces con rivalidad pero siempre unidos ayudándose, haciendo propios los problemas del otro. Yo no entraba en el grupo, los miraba, los cuidaba, los admiraba y los idealizaba!!! Todo eso me movilizó este cuento , que más que eso, es un relato de un recuerdo , seguramente de muchos otros jóvenes.

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