SÃ, parece algo complejo de contar pero debo decirles que “no todo está perdido…â€
El 8 de abril de 2021 se vinculó con nosotros Don José Oscar Paganini – nacido el 10/12/1937, hijo de José Juan AgustÃn Paganini y Josefina Anastasi – quien vivió en Iriarte desde 1935 hasta 1950, habitando con su familia la casona que luego fuera de Don Pepe Romitelli, frente a la estación ferroviaria. Ellos se dedicaban a la comercialización de granos y cuando deciden mudarse a Chacabuco, venden esta propiedad y también la casa que fuera la primera escuela de Iriarte, que luego habitó JoaquÃn Echarri y su familia y que alquilara parcialmente para ejercer su negocio de “cosas generales†Don Pedro Oraci y la recordada Doña Pepa.
Pero, mejor que lo diga directamente, su protagonista…
20/04/21
Estimado Sr. Marzol, es mi deseo que Ud. se sienta conforme con este relato que he terminado ayer de escribir. Le ruego me disculpe si no está bien redactado ya que el apuro por enviárselo no me ha permitido corregirlo. Creo haber omitido muchas otras situaciones, pero mi memoria ya está flaqueando. Esperando conocernos personalmente luego que terminen estos difÃciles momentos de pandemia, lo saludo a Ud. cordialmente.
Don José Oscar Paganini
RECUERDOS DE MI INFANCIA (primer relato)
A mediado de los años treinta el señor José Juan AgustÃn Paganini arribó al pueblo de IRIARTE, Pcia. de Bs. As. instalándose como cerealista en esa localidad. Compró entonces una casona justo frente a la estación de trenes (todavÃa en pié) a un señor de apellido Figari. A mediados de 1936 conoció a una maestra de la localidad de Alberdi, la señorita Josefina Anastasi. Allà nació un romance que a principios de 1937 consolidaron en matrimonio en el altar de Luján. El 10 de diciembre de ese año nació de esa pareja un varón al que llamaron José Oscar.
De esta manera breve he querido recordar a mis queridos, “viejosâ€. Hoy ya no están, pero el recuerdo permanece en mi tan inmutable como si estuvieran presentes.
Le debo al señor Oscar Marzol, que logró encender una luz en mi memoria, estos recuerdos, al sugerirme que escribiera los años de mi niñez vividos en Iriarte.
Trataré de relatar los acontecimientos en forma concisa y real hasta donde mi memoria me lo permita.
Mis recuerdos comienzan cuando tendrÃa unos tres años más o menos. Yo era como cualquier chico de esa edad que solo le gustaba jugar y entretenerse con cualquier cosa que se pareciera a un juguete. Por ejemplo, a un alambre grueso doblado en la punta, se le colocaba un carretel de hilo de coser y al hacerlo rodar por el piso uno se entretenÃa caminando por todo el corredor de la casa. Por supuesto que me lo fabricaba mi tÃo César, hermano de papá, ya que habÃa que doblar el alambre con pinzas para que el carretel no se saliera. En ese tiempo los juguetes eran de hojalata moldeada, con la forma de un autito, un avioncito o cualquier otro chiche, Siempre tenÃan un motorcito a cuerda en su interior que los hacÃa caminar un trecho. De vez en cuando papá me traÃa de Buenos Aires uno de esos juguetes. No me duraban mucho ya que al poco tiempo los desarmaba para ver adentro cómo funcionaban.
A veces viajábamos a la capital los tres, papá tenÃa una empresa allá que le compraba el cereal que el acopiaba en Iriarte en los galpones del ferrocarril. Era una incipiente firma llamada Bunge y Born. Cuando recorrÃamos la calle Corrientes yo querÃa pararme en todas las vidrieras de jugueterÃas, tomado de la mano de mamá, pero papá siempre repetÃa, vamos!, y mamá con su dulce voz me decÃa, vamos Cachito que papá está apurado. Si hubiese sido por ella me habrÃa dejado todo el tiempo que quisiera. ¡Qué alegrÃa sentÃa en ese momento cuando veÃa tantos chiches juntos!
Después me llevaban a unas tiendas gigantes, Gath& Chaves y Harrods, estaban enfrentadas y en las dos me compraban ropa y medias tres cuartos, hoy estos recuerdos me causan alegrÃa y placer, dado que esas casas eran las más renombradas y mi padre en vestimenta para mà no se fijaba en gastos. También me llevaban a Grimoldi y allà me compraban los zapatitos.
A la noche parábamos siempre en el Hotel Roi, en Corrientes y Esmeralda, hoy ya no existe.¡Que tiempos aquellos!.
Al regresar a casa volvÃa todo a la normalidad, mi padre ocupándose de sus negocios en los campos y las chicas que trabajaban en casa ayudando a mamá en sus quehaceres domésticos, mientras ella como maestra daba clase en tercer grado en la Escuelita Nº 5. También mi niñera que procuraba entretenerme todo el dÃa. Su nombre era “Tuca†Coronel. La recuerdo como una buena y cariñosa muchacha.
Años más tarde, mi diversión era la estación de tren, yo permanecÃa allà durante varias horas al cuidado de mi tÃo, a la sasón, jefe de la estación de Iriarte. Mi madre me confiaba a él por ser pariente.
Cuando llegaba un tren a la estación, don Romeo, asà se llamaba, me metÃa de inmediato dentro de la oficina. Cuando ya se habÃa detenido el tren me daba permiso para ir hasta la máquina. Yo de caradura les pedÃa a los maquinistas que me explicaran cómo funcionaba el motor a vapor. Algunos se reÃan y me decÃan cualquier cosa. Pero una vez recuerdo que uno de ellos comenzó a explicarme cómo funcionaba y aprendà tan bien que durante un tiempo intentaba conseguir algunos elementos para fabricármelo.
Un dÃa mi padre me vio cortando unas latas y se enojó mucho. Claro, él tendrÃa temor que me lastimara y yo ni por asomo iba a poder fabricarme uno. ¡Que iluso!
Recuerdo que una vez leà un aviso en el diario La Nación que en casa se recibÃa siempre. Allà en una propaganda mostraban un trencito a cuerda con vÃas, y una estación. El clásico juguete para chicos y grandes hasta hoy en dÃa. Le rogué a papá que me comprara aunque sea la maquinita y los tres vagoncitos cuando fuera a la capital. Para mi sorpresa el viejo me trajo la maquinita sola. Algo es algo me dije y con un poco de ingenio y la ayuda de mi tÃo hice unas vÃas con alambre y pude hacerla andar varios metros.
Al tiempo apareció una propaganda de una máquina de madera pero de un tamaño mayor. Esta vez le pedà a mamá que me la encargara por correo y asà fue. No era un artÃculo caro por eso mamá accedió. El pedido llegarÃa por camión de reparto. Algo parecido a las compras que hoy hago por Internet. Siempre llegan en un vehÃculo utilitario.
Mi ansiedad crecÃa dÃa a dÃa. Por fin una mañana apareció el camión y bajaron un paquete inmenso. Es imposible describir la felicidad que siente un niño al recibir su juguete preferido. Demás está decir que la maquinita “durmió†al lado de mi cama por mucho tiempo.
A mis ocho años mamá me inscribió en un curso de dibujo por correo. Las lecciones las recibÃa en la estafeta postal de la estación que el jefe en ese entonces, señor Armada, habÃa construido detrás del edificio. Luego de terminar las tareas los dibujos los enviaba de vuelta y asà sucesivamente, hasta que un dÃa completé el curso.
Cabe acotar a continuación que mi padrino de bautismo, el Sr Eduardo Etcheto habÃa cursado en el colegio franciscano de Aarón Castellanos sus estudios junto a un compañero amigo llamado Carlos Alfredo Birabén, luego conocido actor de Hollywood con el seudónimo de Barry Norton. Siempre comentaban con mamá sobre ese tema y yo escuchaba con atención pues me gustaba el cine. Debo decir además que mi madrina era la Sra. Corina Etcheto.
Papá cuando me llevaba a Bs. As. siempre después de almorzar nos metÃamos, a mi pedido, en algún cine de la calle Lavalle. Me encantaban los dibujos animados. Mamá habÃa trabajado en Alberdi de maestra, como lo anticipé, y en los ratos libres ayudaba a una señora fotógrafa, dueña de la pensión donde ella paraba, revelando y retocando las fotos. La señora se llamaba Carmen de Estradés.
Todas estas experiencias vividas en mi niñez anticipaban lo que luego habrÃa de ser en el futuro mi medio de vida. Acá en Chacabuco, en mi ciudad por elección, me desempeñé como publicista, cineasta y fotógrafo.
Los momentos de alegrÃa y felicidad de niño no solo se viven cuando se recibe algún regalo, también el contacto con seres queridos sin ser familiares, los vecinos por ej., fueron para mà hermosos recuerdos.
Si bien la estación de tren era mi lugar preferido para entretenerme, lo era también ir a la casa de la señora de don Leandro Pérez, doña “Lela†que fue mi segunda mamá, ya que mi madre me confiaba a ella cuando yo salÃa de la escuela para ir a jugar con los chicos de Otilia. Pasaba un buen rato jugando a las bolitas con el varoncito, más chico que yo, mientras la hermanita nos miraba. Las bolitas me las regalaba doña Lela pues tenÃan junto a su hija “Machi†un negocio de librerÃa y quiosco. Tengo el mejor de los recuerdos de ellas, eran tan cariñosas y buenas conmigo que me querÃan como a un hijo, yo a la vez las amaba.
Acá recuerdo cuando Machi comenzó su idilio con un joven de la apreciada familia Marzol.
Ahora trato de recordar a mis compañeritos de grado y me vienen a mi memoria algunos nombres. Huguito Narvarte “el vasquitoâ€, Rafaelito Costantini, Aroldo Verdún, Blasito Mersuglia, Juancito Laugero, Luisita Romitelli, Nidia Armada, Ercoli (solo recuerdo su apellido) nos llevaba a todos a cucucho paseándonos por todo el patio de la escuela. “ pichona “ Garro, acá debo hacer un paréntesis ya que ella fue “mi primer amorâ€. Hoy este recuerdo me causa gracia y mucha ternura pues imagino que un niño de diez años no puede entender todavÃa lo que es amor, solo es una atracción visual, al ver a una niña bonita. Ella era una rubiecita muy linda. En la escuela jugábamos a que éramos novios.
Otro chico amigo con el que pasaba mucho tiempo del dÃa, era “peco†Amicucci, jugábamos a la pelota en el patio de casa y a veces, sobre todo cuando llegaba agosto, fabricábamos unos lindos barriletes y verlos volar era nuestra mejor diversión. Otro amigo, Pedrito Carasai. Sé que me olvido de muchos otros, pero han pasado más de setenta años y la memoria ya no ayuda.
Regresando en el tiempo, cuando aún era un chiquitÃn, recuerdo esas mañanas heladas de invierno, siempre muy abrigado y al cuidado de mi niñera, al salir a la calle me asombraba mirar el cielo y ver ese azul tan intenso, me daba cuenta que estaba descubriendo el mundo, sentÃa una inmensa felicidad. Claro está que todavÃa en los años cuarenta no habÃa polución ambiental, el cielo era todavÃa como lo habrÃan visto nuestros antepasados. Que suerte haber podido vivir en ese tiempo, ya que en pocos años todo iba a cambiar.
Siempre recuerdo el susto que me daba, casi todos los domingos, el ruido del paso de un avión trimotor que volaba justo por encima de mi casa, y los dÃas de lluvia a muy poca altura. Era el avión que llevaba nada menos que a Bernabé Ferreyra a jugar al fútbol a la capital. El vivÃa en Rufino, y el trimotor seguÃa las vÃas del ferrocarril para guiarse, de ahà que volaba por encima de nuestras casas.
Volviendo los recuerdos a mis diez años más o menos, éstos se tornan más exactos. En la misma manzana de casa y en la otra esquina hacia la plaza estaba un almacén de la firma Sanchez y Galli, allà nos surtÃamos de comestibles. Más tarde compró ese lugar la familia Amicucci, siempre continuando en el mismo ramo. Antes de llegar a la esquina vivÃa la familia Revello, pegado a nuestro terreno. Frente a la esquina de la plaza como quien va a la escuela, estaba el herrero Rotondo. Acá cabe recordar un pequeño incidente. Pasaba siempre por ese lugar y un buen dÃa và un hermoso camioncito de madera y chapa que fabricaba VÃctor, no pude menos que decirle que me lo vendiera, No le avisé nada a mis padres, al rato llegó a casa con el camioncito, me lo entregó y me dijo, son setenta centavos. Iba a pedirle a mamá las monedas cuando de pronto salió mi padre a retarme por haberlo encargado sin permiso. ¿SerÃa mucho dinero en ese tiempo?, digo por la reacción del viejo. Detrás salió mamá con las monedas y le pagó a VÃctor. Igual me retaron los dos. Pero yo chocho con mi hermoso juguete pintado de rojo y blanco.
Siguiendo con el recorrido, en la esquina opuesta al almacén estaba la fonda de Estrada donde de noche se reunÃan algunos amigos de mi papá, el inclusive, a jugar al mus. Pero antes de las diez de la noche ya estaba de regreso. TenÃamos con mamá un poco de temor cuando quedábamos solos ya que al no haber luz eléctrica debÃamos alumbrarnos con lámparas de querosén y estas daban muy poca iluminación.
En pleno verano y cuando habÃa luna llena solo me dejaban salir a la calle.
Ruego al lector que disimule mi desprolijidad ya que mientras escribo voy recordando, por eso no están los hechos narrados cronológicamente.
Regresemos a mis felices tres añitos.
Por entonces, año cuarenta más o menos visitaba Iriarte Carolina Lorenzini, la primer mujer aviadora de Argentina, era recibida en el pueblo por el delegado de la municipalidad de Gral. Pinto Sr. Cabezas. Mi padre que gustaba mucho de la aviación fue en la comitiva de recepción y me llevó en brazos. Al llegar donde aterrizó el avión, detrás de la estación habÃa una especie de pista de aterrizaje, y al oÃr el ruido del motor del avión me largué a llorar. En ese momento la dama me alzó en brazos, y mi viejo feliz! que me tuviera a upa una gloria de la aviación argentina.
Como se puede ver yo era bastante llorón cuando sentÃa miedo. La señora Carolina falleció poco tiempo después en un accidente con su avión.
Continuando con el recuerdo de aviones quiero contar que casi siempre pasaba por Iriarte un avión que comenzaba a escribir a gran altura la palabra, safac, despedÃa de la cola del avión un humo blanco compacto que a medida que hacÃa piruetas iba escribiendo sobre el azul del cielo con letra minúscula. ¡Qué capacidad de manejo del piloto!. Se llamaba Siro Comi. Al fin era la publicidad de una nueva marca de yerba mate. Duraban bastante tiempo en esfumarse las letras en el aire.
VivÃa en Iriarte un señor llamado ZacarÃas Aramburu.
Don ZacarÃas era una de esas personas como el dicho, haz el bien sin mirar a quien, servicial y comprometido con la sociedad para quién lo necesitara, aún en las circunstancias más difÃciles.
Lo que voy a narrar ahora es un acontecimiento que conmocionó a todo el pueblo de Iriarte en un frÃo dÃa de invierno. A mi particularmente. Primero debo contar que en ese tiempo me habÃa hecho amigo de un muchacho que trabajaba de cambista en la estación. Se llamaba Chiaparelli. Yo solÃa acompañarlo cuando tenÃa que hacer un cambio de vÃas pues llegaba un carguero y en pocos minutos pasaba el tren rápido. Una vez que el tren de carga está en la vÃa segunda queda despejada la vÃa principal para dar paso al tren de pasajeros. Varias veces Ãbamos hasta el paso a nivel donde estaban los cambios y el me hacÃa levantar la palanca, al ver que yo no podÃa pues era muy pesada, se reÃa. Nos hicimos muy amigos a pesar de la diferencia de edad.
Una helada madrugada al subir a la máquina, resbaló de los escalones con tan mala suerte que cayó debajo del tender. El maquinista al darse cuenta paró inmediatamente pero ya habÃan pasado las ruedas por encima de nuestro amigo ferroviario.
Me duele en el alma y se me hace muy difÃcil narrar esta triste historia, pero es la cruel verdad. Tan pronto esto sucedió el jefe llamó a don ZacarÃas para que lo extrajera de las vÃas. Al sacarlo tuvo que cortarle las dos piernas pues todavÃa estaban adheridas con los músculos. Contaban que el infortunado muchacho le pedÃa a ZacarÃas que le quitara la vida ya que el dolor era insoportable. Demás está decir que la máquina rápidamente enfiló hacia JunÃn al hospital para tratar de salvarlo. Pasando Alberdi Chiaparelli expiró.
Creo que no hace falta contar nada más sobre este abnegado ciudadano de Iriarte. Su fortaleza fÃsica, su espÃritu solidario y su decisión para abordar los momentos más difÃciles eran la virtud de don ZacarÃas Aramburu.
Los años de mi niñez en Iriarte fueron los más felices de mi existencia, Al ausentarnos, cuando ya habÃa cumplido los doce, me invadió una mezcla de tristeza y expectativa. Recuerdo el dÃa que nos fuimos definitivamente de Iriarte para venir a vivir a Chacabuco, lugar de la adolescencia de mi padre. Al pasar con el auto, y el camión detrás con los muebles, frente a la casa de don Leandro, nos estaban esperando en la vereda doña Lela y Machi. Se notaba en ellas un dejo de tristeza en sus rostros, pero lo que más me emocionó fue ver a doña Lela secarse las lágrimas con un pañuelo y con la otra mano saludando con lentitud como un presagio de que ya no nos volverÃamos a ver nunca más. Y asà fue.
Me sentÃa triste pues abandonaba mi terruño, mis amigos, la gente buena y servicial que distinguÃa a ese añorado pueblito. Por otro lado la expectativa de saber cómo serÃa vivir en otro lugar tan distinto y sin conocer a nadie. Hasta el dÃa de hoy habiéndome adaptado a Chacabuco y su gente, después de 71 años recuerdo con nostalgia mi niñez, pero a la vez siento que mi corazón nunca se fue de Iriarte.
Abril de 2021
Intercambios entre Oscar Marzol y José Oscar Paganini
oscarmarzol
Mar 20/4/2021 21:16
Para: José Oscar Paganini
Mi «querido» – aunque aún no nos hemos encontrado personalmente – José Cacho Paganini, gracias por tan lindo relato. Formará parte de un momento especial e inicial de nuestro pueblo.
Espero «nuevos capÃtulos»
Gracias, muchas gracias.
Un gran abrazo
Oscar Marzol
José Oscar Paganini
Mar 20/4/2021 22:36
Me permito decirle, AMIGO Oscar, me alegró mucho su devolución. Hoy mismo cuando se lo estaba enviando y lo leÃa, pensé si podrÃa llegarle a gustar, pero rebasó mis expectativas, me siento muy feliz que pueda servirle como referencia de un momento en la historia de nuestro querido Iriarte. Le mando un abrazo a la distancia. Hasta pronto…
José Oscar Paganini
Vie 23/4/2021 12:37
FE DE ERRATAS
Estimado Oscar, exprimiendo el cerebro he recordado algo más, espero le sea útil, hay nuevos nombres. Le mando un abrazo a la distancia.
¡Mil gracias!
FE DE ERRATAS, del anterior escrito.
Donde dice, Aroldo, debe decir Haroldo
“ “ “ Corina Etcheto, debe decir Trinidad Etcheto
RECUERDOS DE MI INFANCIA (segundo relato)
(para agregar después de la anteúltima página)
Continuando con mis memorias, recuerdo el dÃa que mi padre me enseñó a manejar un Ford A, yo ya dominaba el volante pues a veces me llevaba en la falda cuando salÃamos para Alberdi lo que me sirvió de experiencia, Ahora faltaba que saliera solo. Me puso dos almohadones en el respaldo para poder llagar a los pedales y me explicó cómo debÃa hacer. Yo me daba cuenta ya que lo observaba siempre al viejo. Salà del patio de casa a los tirones, pero cuando puse la segunda fue un placer. Me mandó a la verdulerÃa de un señor Marinelli, a pocas cuadras de casa. Lo hice muy bien y volvà triunfal con la mercaderÃa. TenÃa por entonces 10 años.
Otra vez me dijo que fuera a cargar nafta y asà lo hice. El surtidor con bomba manual era operado por el señor Garay, creo que pertenecÃa al Sr, Costantini, a tres cuadras de casa camino hacia el Club. Cuando terminó de cargar, con un poco de vergüenza, le pedà a don Garay que me colocara el auto mirando hacia casa. TodavÃa no sabÃa hacer marcha atrás.
De regreso me paró un señor a caballo, frené y reconocà a don “Pepe†Romitelli, que me dijo; tenes que acostumbrarte a manejar por la derecha. Yo siempre iba por el medio de la calle, y hacÃa poco que habÃa salido la ordenanza con el slogan,â€conserve su derechaâ€. Antes se manejaba por la izquierda, costumbre Inglesa, como los ferrocarriles, que todavÃa no cambiaron.
Mi padre habÃa adquirido la casa que se hallaba en la otra manzana en la esquina, también en dirección al Club. Allà funcionó la primera escuelita donde cursé mi primer grado. CorrÃa el año `44, nuestra maestra era la señorita Andrenachi, a la directora la nombraban con el apodo de “Pochola†( no recuerdo su apellido ).
El jefe de estación Sr. Marcos Armada, me daba permiso para ensayar en el telégrafo y asà aprendà el código Morse. Esto me sirvió cuando tuve que dar examen acá en Chacabuco para obtener la licencia de Radioaficionado ( LU4DEK)
Recuerdo el revuelo que se armaba en el pueblo cuando venÃan a la estafeta postal a buscar correspondencia, las artistas de la capital. Ellas eran, unas actrices de cine principiantes, Mirta Legrand, Sivana Ross y algún actor, creo que era Carlos Tompson. Estaban de paseo en la estancia San Alberto y venÃan a caballo con el atuendo campestre “breechs†y ropa acorde para la ocasión. SalÃamos a la calle corriendo a verlas.
Agregado de Oscar Marzol : Estancia «San Alberto»
El 7 de mayo de 1869, Diego de Alvear adquiere 250.000 hectáreas. Por un problema fronterizo entre provincias, los campos donde se ubica la estancia, se convierten en parte de la provincia de Buenos Aires.En octubre de 1893, Ricardo Lézica y Pedro Christophersen, en nombre de sus esposas Teodelina Alvear de Lézica y Carmen Alvear de Christophersen, se presentaron al Gobierno de la Provincia de Buenos Aires solicitando la aprobación de una colonia, llamada «San Ricardo».La casa principal fue contruida a principios del siglo XX. En la década de 1930, las tierras fueron heredadas por Carmen Christophersen Alvear casada con Alberto Dodero. Desde ese momento la Estancia adquiere su nombre actual.
A finales del año `45 ya habÃan construido la escuelita Nº 5, la maestra doña Cora Etcheto, y la directora Señorita MarÃa del Carmen Vasconcelos, nos pedÃan alimentos no perecederos para enviarle a los sobrevivientes del holocausto de Hiroshima. Juntamos mucha mercaderÃa.
Continúo escribiendo de manera no cronológica.
En verano mi padre solÃa dormir bajo las plantas del patio en un catre. Contaba que una noche lo alumbraron con una linterna desde la calle y a la voz de “quién vive†el viejo se despertó, sacó su Colt 32 largo, de debajo de la almohada y apuntó hacia quien lo alumbraba. De inmediato se dio a conocer el policÃa de ronda, Sr. Luna, que sospechaba que habÃa un ladrón en casa, al ver un bulto en la oscuridad.
Mi papá siempre llevaba su arma de noche cuando salÃa ya que por no haber luz eléctrica, en el oscuro podÃa ser asaltado. ( Ya en esa época!! ) El comisario en ese entonces era un señor de apellido Pasetti, alrededor del año `47.
Al final de nuestra casa sobre la calle principal (ex ruta 7) mi padre habÃa construido un galpón que le alquilaba al Sr. Orazi.
Su esposa, Josefina , solÃa tenerme en su casa cuando mis padres se iban solos a la capital, a veces por dos dÃas. Siempre muy buena y solidaria doña “ Pepaâ€.
Poco antes de venir a vivir a Chacabuco, mi padre vendió las dos casas, la nuestra al Sr. José Romitelli. Y la otra no recuerdo a quién.
José Oscar Paganini Avión de Safac
Hermosa historia del Sr. Paganini. Me encantaria poder comunicarme con el.
Como lo dije al principio, el Sr. Oscar Marzol me indujo a escribir mis recuerdos de Iriarte. Me alegra pues esto puede alentar a otras personas de mi época a contar sus vidas pasadas en Iriarte que hoy estén viviendo en otros lugares. Esta página del Museo está rica en recuerdos y cosas de antaño. Yo todavÃa no tuve la oportunidad de visitarlo, espero que sea pronto. Un cariñoso saludo a todos los Iriartenses.
Para Marta. Mi correo es joseoscarpaganini@email.com .Cordialmente J.O.Paganini
Que lindo volver a las raÃces donde nacimos…Cacho Paganini es un grande en el amplio sentido de la palabra..me emocionó mucho tu historia de vida en Iriarte y muestra tu cariño a ese lugar tan representativo en tu vida..felicitaciones por valorar y atesorar en tu corazón tantos detalles de tu niñez..
Cacho felicitaciones!!! Una gran persona…se de tu sensibilidad y amor hacia tu lugar natal por la emoción con la que contas lo que recordas de tu niñez..
Me es imposible comunicarme con el Sr. Paganini . Creo hay un error en su mail.
RECTIFICO MI MAIL. joseoscarpaganini@gmail.com
ruego disculpen mi error en el tipeo.
Saludo atte.
En primer lugar quiero felicitar al Sr. Oscar Marsol por el Museo y en especial por este espacio para compartir los recuerdos, la historia viva de un pueblo, la memoria de quienes vivieron y saben valorar a Iriarte.
Desde chico he escuchado hablar a mi abuelo de Iriarte, José Oscar Paganini, mi abuelo Cacho, es un enamorado de Iriarte y su hermoso cielo azul que muchas veces escuché evocar. A él mis felicitaciones por transmitir tantas emociones y traer en palabras otros tiempos.
Muchas gracias,
Paganini Nicolás
Me emocionó el relato del Sr. Paganini es cerrar los ojos y recorrer cada lugar de nuestro pueblo, lo imagino jugando en el patio de esa casa con su trencito, gracias por este pedazo inmenso de historia.