Historias de Iriarte
Relatos de Oscar Marzol
HabÃa una vez un pueblo que se preparaba en exceso para recibir los corsos de carnaval.
26 de Febrero del 55. Desde la panaderÃa de los Ferreira hasta la esquina de Costantini habÃa sólo dos cuadras. Las intersecciones fueron debidamente cortadas por los organizadores mediante un vehÃculo atravesado y una soga usada, atada desde el esquinero de una manzana hasta casi el de la otra, dejando solamente un espacio que permitiera colocar la silla de esterilla y la mesita de madera del club mirando en el mismo sentido de la soga. Sobre ella se acomodaba el cajoncito para el cambio monetario junto a los talonarios de numeritos repetidos para cada uno de los ingresantes. Quiénes podÃan estar en cada una de esas seis entradas posibles. Nicolás Mateljan, Rómulo Quintana, Manuel Anca DÃaz, Miguelito Nasisi, Mario Galli, Pocha Romitelli, Pibe Sancho, Tono Agraso, Carlitos Cuello y algunos más, alternativamente. Cualquiera se podrÃa preguntar si en este pequeño pueblo, en solamente dos cuadras era posible organizar corso alguno. Después de cincuenta años, sólo fueron superados por los de Gualeguaychú. Calles de tierra, veredas de tierra sin cordón enmarcadas con añosos fresnos, a las que se les pasaban varias manos del tanquecito regador tirado con tractor para consolidarlas un poco y evitar la polvareda. Cables en zigzag, entre los árboles de ambas veredas de los que colgaban focos – como asà se los conocÃa – de diversos colores, no porque se consiguieran originales sino porque se los pintaba cuidadosamente con las pinturas de turno. Mesitas con sillas ocupaban las veredas, siendo apetecidas por los concurrentes quienes debÃan abonar un plus para acceder a ellas. Pomos de plástico debidamente cargados con agua para el momento oportuno, eran escondidos en las horquetas de los árboles o en las ligustrinas de las casas. Don Suárez y don Garnica, las autoridades policiales del momento que con sólo mirar de reojo, mantenÃan en raya a la multitud. La pista, asà armada, que debÃa quedar libre de circulación para las improvisadas carrozas y las alegres mascaritas, era ocupada transitoriamente por una multitud de niños que se divertÃan corriéndose entre ellos o jugando con alguna pelota de goma, no obstante estar debidamente cambiaditos para la oportunidad. Uno de los escasos “bombazos†de estruendo anunciaba a las 21,30 que en media hora comenzaba la función; otro a las 21,45 y el más esperado a las 22 horas. Cuánta ansiedad contenida para que comenzara el show, amenizada por las interminables y jugosas charlas de las comadres del pueblo, mientras los hombres en “rancho aparte†fumaban un pucho o entibiaban el garguero con vino o cerveza.
Oscar Marzol
Iriarte, 5 de febrero de 2005
(Foto de portada ilustrativa, perteneciente a los Carnavales de Morón, https://diarioanticipos.com/2020/02/21/carnavales-en-el-oeste-del-conurbano-el-gran-moron/)
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Hermoso recuerdo cuanta nostalgia, si abre jugado con mis primos y hermanas en esos corsos. Voy a volver a visitarte mi querido pueblo y recorrer esas calles, que seguro mas de una lagrima se me va a escapar….