por Oscar Marzol
Cruzando la tercera calle, los Castrillón ( Jefe de la estación), hombre duro, de pocas pulgas, con lápiz en la oreja y palillo entre los dientes, después del almuerzo. Creo que establecÃa semejante distancia en ánimo de no permitir abusos de nuestra parte, en el predio de los ferrocarriles. Más de una vez asustamos al tordillo que giraba el malacate del agua, pusimos piedras, monedas y tornillos en las vÃas para ver cómo quedaban, ó tocábamos la campana sin permiso. No obstante que los dos hijos eran compañeros nuestros, nunca pudimos entrar en su casa. ( como para que no hubiera malos entendidos).
Los Gaudina (con la linda Eva, incluida ), integrantes junto a los Estrada de la comisión del otro Club del pueblo, el “Deportivoâ€, supieron tener carnicerÃa. La mamá, solÃa estar dentro de la casa y digo solÃa, porque, indefectiblemente, estaba en la vereda. ( pienso hoy, que serÃa para cuidar a la Eva )
Otilia Perez con sus hijas Norma y MimÃ, difÃcil establecer a ciencia cierta su ocupación.
JoaquÃn Echarri y familia, ferroviario de oficinas, gran pelotari a paleta, casi se nos ahoga en un dÃa de fiesta de la primavera en la estancia “San Albertoâ€, donde algunos de los que nunca faltan lo empujaron al agua y él no sabÃa nadar ( gracias a la intervención del Guri Larigué y Gino Belladelli pudieron salvarlo ). Ello costó que se suspendieran para siempre los festejos. En su casa funcionó la primera escuela del pueblo.
Completaban esa manzana, haciendo esquina con la plaza y frente a lo de Amicucci, un caserón grande y antiguo habitado por Nicolás ( Nico ) Mateljan, amante de los tangos de Rodolfo Biaggi y del Conde de Montecristo, de Alejandro Dumas. Su mujer, Marta ( especialista en chinchones y comentarios – en su mejor época, la voz del pueblo -), sus hijos Haroldo y Tito ; frente a la plaza, la casa del gringo Gino Beladelli ( constructor ) y su mujer, “la negraâ€.
En la cara que da al sudeste, los Mateljan tenÃan otra casita antigua, más chica y a mitad de cuadra estaba “la ComisarÃa†con don Suárez a la cabeza. Morocho ( imponÃa miedo ), con bigotes espesos, un lunar en la cara, pelo duro ( cuando se sacaba la gorra ), fustita en mano cuando cuidaba algún evento, pero buen tipo. Lo secundaba Guernica, flaco, blanco, apacible, con un temperamento casi opuesto, más negociador que aquél. No recuerdo que hubieran tenido “patrullero†alguno, siempre los he visto caminando.
Pasando la cuarta calle Los Costantini ( ramos generales) y los Nasissi. El viejo Pepe “el ñatoâ€â€“ quien padecÃa de una aguda obstrucción en su nariz, por lo que emitÃa un sonido singular, caminaba despacio observando todo permanentemente. En la esquina se despachaba nafta mediante un surtidor color celeste con cabeza blanca, a manija. En el patio de atrás se envasaba la soda y se manipulaban tambores de combustibles para las estancias ; sobre uno de los laterales estaba una pequeña cabina telefónica ( única en el pueblo ) donde Miguelito Nassisi ( casado con la MarÃa Costantini ) hacÃa las veces de telefonista. Solicitaba las comunicaciones de larga distancia y te daba la demora aproximada para que fueras y volvieras sin perder demasiado tiempo ; Buenos Aires, cuarenta y cinco minutos, una hora, con suerte ; Mendoza, dos horas veinte ; San Juan, tres horas diez. (¡ y hoy nos ponemos nerviosos si el móvil nos da ocupado !). Cuqui, el hijo mayor, con los combustibles, corralón de materiales, soda ; Pepe y Delia – hija de Domingo Romitelli – en el almacén general, con la ayuda de Carlitos Córdoba ó José Perini ; Miguelito y MarÃa en el sector de tienda y calzado. Al fondo del negocio, el escritorio, donde se lo supo ver al Chueco Aguirre (Piraña). Al final de la cuadra se instalarÃa luego la primera estación de servicio YPF del pueblo, con lavadero y engrase.
Miguelito Nassisi, petiso emprendedor, se enganchaba en todas. En el club, haciendo teatro vocacional, atendiendo el cine con su linternita en mano por si se cortaba la pelÃcula – que de hecho sucedÃa – .
El cine tenÃa una pequeña portada donde en uno de sus laterales estaba la boleterÃa y por el otro se ingresaba. Luego habÃa una pequeña antesala separada por un telón hasta el piso y un paso lateral que la comunicaba con el bar. La sala era amplia y llana, es decir sin pendiente alguna. TenÃa un sector importante de butacas y más adelante sillas de esterilla. “Sucesos Argentinos†habrÃa el espectáculo y luego la pelÃcula que, aún y a pesar de los posibles cortes aleatorios, se dividÃa en dos para que los parroquianos pudieran acceder al consumo de bebidas, cigarrillos, chorizos, caramelos. Con mucho calor en verano y mucho frÃo en invierno, las pelÃculas resultaban una distracción semanal anhelada ( ¡¡¡ y no siempre eran tan malas !!!! ).
En esta manzana, contigua al cine habÃa una casa ( todavÃa está ) con un cierto prestigio constructivo, con barandas de bronce niquelado, donde vivió don Vicente Romitelli ( hermano de Pepe y de Carlos ). Sólo recuerdo que era grandote, gordito y de anteojos.
En la cara opuesta a los Costantini, en medio de un gran lote de terreno estaba la casa de Miguel Etchetto y familia. Don Miguel era apuesto, ceremonioso, fumador pausado, pelado, con anteojos y de los respetados del pueblo. Jugaba a las cartas y se dedicaba al campo. Cora, su mujer, era la directora de la escuela, severa, acelerada. También jugaba a las cartas. Tuvieron tres hijos. Miguel “morochoâ€, ingeniero ; Baby, casada con el “Cacho†y la “Chuni†que se casara con Pascual Aceves.
En la cuarta cara de la manzana estaba la familia de FermÃn Narvarte. Vasco gordo, duro, con una risa que terminaba en una inspiración con soplido después de cada carcajada ; famoso por su aproximación al record peneano, denominado por algunos como “el curandero†por dicha virtud, a quien en innumerables oportunidades le enviaban a algún desprevenido solicitando su milagrosa cura. El, con una sonrisa, le decÃa “ no m´hijo, le han hecho una broma â€. TenÃan una casa rodeada de ligustros prolijamente cortados y cuidados. Sus hijos, el “vasco narvarte†quien se casó con Martita Valenti y su hija, cuyo nombre no recuerdo.
Cruzando la quinta calle, los Garay, con Juan a la cabeza, en un pequeño taller de automóviles. Qué viejo loco y simpático era Don Juan, detrás de su lentes. Nosotros no Ãbamos a reparar coche alguno, sino en busca de las codiciadas bolitas de acero de los rulemanes que se desarmaban – tener esas bolitas ó bolones, era señal de autoridad en aquél juego -. Siempre estaban sucias de aceite, lo que implicaba la tarea de lavarlas prolijamente para que quedaran brillantes.
Casi en la esquina, vecino del Club, don José Benito Sebastián Fernández y su familia. Era el contador de la usina láctea y fue quien me financió la compra del lote para iniciar El Botánico. Gallego, cascarrabias, respetuoso, de buena relación para conmigo ( ¡ claro, sino no me hubiera prestado la guita ! ), fumador pero en boquilla, porfiado casi superando a mi padre Ramón, con quien mucho hubo discutido. Su mujer, doña Concepción, también española, era una pasita de uva, chiquita, flaquita al extremo, pero resistente a todo. Tuvieron tres hijas agraciadas, Violeta, Isabel, Ana Luisa ( el gallego resoplaba ).
El Centro cultural y recreativo San MartÃn, comandado en aquel entonces por mi viejo Ramón. Grandes bailes, con orquestas tÃpica y jazz, campeonatos de bochas liderados por Carlos Romitelli, Tulio Carassai, los Tarragona, Juan Nicolás ; una hermosa cancha de básquet, con piso de mosaico, donde en algún momento dicho deporte hizo furor, para luego desaparecer definitivamente; un palco para orquestas y un vestuario en el subsuelo ; una canchita de papi-fútbol iluminada para los campeonatos de verano ; un enorme salón con escenario y camarines para los artistas, con un inmenso cuadro de fondo, pintado por la Pola Marzol.
En la otra cara, frente a lo de FermÃn Narvarte, la herrerÃa y casa particular de la familia de don Juan Laugero.
Cruzando la última calle sólo quedaban un lote donde posteriormente se construyó un galpón para guardar cables y material eléctrico de una empresa denominada Orgem (ya desaparecida, perteneciente a nuestra familia ), la casa de Carlitos Cuello – ya aparecerá más adelante al referirnos al fútbol profesional – y la de don Mario Galli ( si habÃa un viejo jodido en el pueblo, éste era un referente importante; alto, flaco, de anteojos, con dos lÃneas de expresión que le surcaban la cara a modo de tajos – no creo que sea necesario agregar ninguna otra caracterÃstica personal – ).
Más allá, bastante más allá, en un pequeña quinta vivÃa el loco Stanicio – criador de conejos – afecto a los aromas alcohólicos ( los muchachones lo mamaban y lo hacÃan cantar arriba del techo, poniéndole cebolla podrida en el cuello, con el pretexto que le mejorarÃa la voz – ¡ ya habÃa en aquel entonces, gente hija de puta, eh !
Detrás de las vÃas del ferrocarril y de la usina pasteurizadora de leche estaba el campus profesional de fútbol del Club San MartÃn. Con iluminación artificial ( altas palmeras en varios pares sujetaban un cable que cruzaba la cancha de lado a lado y del que pendÃan grandes lámparas que mediante un sistema de roldanas se descolgaban al finalizar los encuentros para evitar su rotura ). El pasto era cortado al ras por la majada de ovejas ( ¡ bien conocidas por Omar que en una tarde de verano en que las estábamos corriendo se cayó y le pasaron todas por arriba !) de Carlitos Cuello ( hermano de Belisario ), quien se encargaba además del marcado de la misma con cal y del pintado de las pelotas de cuero con esmalte sintético blanco. AllÃ, fuera de la temporada oficial – durante la cual debÃa cuidarse el estadio – se armaban los partidos multitudinarios antes aludidos.
Ahora si, en lo que serÃa la segunda manzana paralela a la de Mersuglia, sólo recuerdo tres casas con su amplios terrenos. La de don Ramón Moyano, morocho, petiso, zorro, gordito a tal punto que caminaba con los brazos semiabiertos, ferroviario primero y luego parquero de la usina de leche, le decÃan “sal gruesa†porque estaba en todos los asados (¡ claro pobre, si lo habÃan convertido forzosamente en asador ya que era el empleado de menor rango !). Impresionaba verlo comer la grasa de los asados ( después hablan del colesterol – vivió hasta los 97 años ). Todo palito que se le cruzara en su faz decorativa lo pintaba inexorablemente de blanco con la punta colorada. Como buen parquero mencionaba el nombre de algunas plantas en latÃn, lo que generaba risotadas en mis hermanos ( y tal vez en mÃ, por qué no ) de modo tal que reiteradamente requerÃamos información sobre ellas.
Su mujer, doña MarÃa, petisa y gordita, como él. Tuvieron un hijo y tres hijas.
En la otra punta, hacia el sur, casi en esquina, la casa de los Ibarra, con quienes no tenÃamos demasiado contacto ya que los hijos eran mayores ( sà con la hija Martita, que era un poquito menor ). En el centro de la manzana el stud de Carlitos Lovagnini ( cómo le gustaban los burros ). Era jockey por naturaleza. Alto, flaco, reflaco ( pesarÃa, exagerando, 23 kilos ) , pómulos salientes, bigotitos finos, sombrerito acorde, bombachas, alpargatas y pañuelito al cuello. Todos los dÃas salÃa con su “parejero†a entrenar a sus pupilos – a quienes tapaba con una capa en invierno – y era casi legendario en la zona por sus repetidos éxitos turfÃsticos. Casóse con Berta ( enfermera, pinchaculos del pueblo, buena mujer ). Lo más lindo que tenÃan era la Edith – su hija – que luego se casarÃa con el Roque Sorobeo ( no sé bien de dónde vino pero seguramente lo conoció en alguna carrera cuadrera, ya que continuó con el oficio del suegro ).
La siguiente manzana hacia el sur, paralela a la nuestra, sólo contaba con tres propiedades. Más de la mitad de ella era la quinta del peluquero González, llena de frutales – que en las siestas eran invadidos por plagas de dos patas, con vestimentas humanas – y algún que otro caballo esporádicamente. Y eso que Gonzalito era terriblemente “cuidaâ€.
Una cuarta parte era el predio de Pedro Aramburu, con su cancha de pelota a paleta abierta y fonda. Qué partidazos hacÃan el Pibe Beltramino ( se cargaba con cadenas para dar ventajas ), los hermanos Tono y Pata Agraso, Rómulo Quintana, Perico Aramburu, Gallito Herrera, Nicolás Mateljan, JoaquÃn Echarri, Nelson Guidobono, el Chueco Aguirre, y otros que venÃan de los pueblos vecinos. Terminados los partidos, que se tanteaban con una tabla color azul-celeste con dos filas de agujeros en donde se insertaban sendos alambres que se desplazaban a medida del avance de los tantos, los jugadores se higienizaban con una bomba “sapo†que alternaban para su bombeo y luego pasaban al salón para las cervezas con naranja. En la parte de atrás ó mejor dicho, al fondo de la cancha, habÃa una pequeña puertita lateral, para salir corriendo en busca de la pelotita desviada fuera de la cancha, y una especie de cantero con el borde a unos 60/70 centÃmetros que los simpatizantes utilizaban de tribuna.
Las paredes exteriores de la cancha, totalmente asentadas en barro, daban lugar a innumerables nidos de gorriones, que nosotros, trepando a modo de escaladores por las juntas de los ladrillos, nos encargábamos de destruir.
El interior era una tÃpica fonda, con su mostrador, vasitos de los de antes, heladera de varias puertas que hacÃan el caracterÃstico ruido al cerrarlas, pocas mesas, piso de madera, una ventana y dos puertas al frente. Entre todos ellos se desplazaba la Juanita – hija de Pedro y hermana de Perico – quien poseÃa las más codiciadas “pechuguitas†de la zona. ( ¡ y yo lo relato desde mi humilde mirada infantil, ya que ella era algunos años mayor ! ).
En el otro cuarto de manzana, vivÃa la familia de don Julio Mateo con sus hijos Julio y Anita (quien luego se casarÃa con Juan Nicolás). Petiso, muy petiso, con una pequeña deformación en su cadera que no le impedirÃa nada, ni siquiera dedicarse a ser molinero y subir a las torres como si fuera un gato. El montó el primer molino del Botánico. Lo tenÃan podrido de ir a buscar las pelotitas de la cancha que repetidamente terminaban en su casa ya que el tapial que lo separaba de ella era bastante petiso ( ¡ como él ! ).
La media manzana siguiente, paralela a la de Romitti, era todo un terreno descampado. AllÃ, en su parte central, se construyó la Iglesia por el año 1965.