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Ilusión

Historias de Iriarte

cuentos de Oscar Marzol

Siempre fue motivo de admiración para él, pero nunca se animó a acercarse.

Durante mucho tiempo fue pasando, aún innecesariamente, por el frente de su casa, con el sólo afán de verla al menos a la distancia.

Ella, indiferente, tenía su compromiso de muchos años y seguramente no estaría dispuesta a complicarse la vida.  Tampoco, quizá, percibió aquella intención.

Alberto Centurión vivía en uno de los tantos campos vecinos a Iriarte, trabajaba allí junto a su familia y sólo accedía a las zonas urbanas con motivo de aprovisionarse para la siguiente semana.  Alto, bien parecido, recibido de ingeniero agrónomo en la ciudad de La Plata.  Casi un extraño en la zona porque no llevaba mucho tiempo desde su regreso definitivo, luego de la ausencia temporal para educarse. También demasiado tímido para una incursión amorosa en terreno ajeno y complicado…

Ella, hermosa, alta y rubia.  Además, tenía un andar que potenciaba sus encantos. No es trascendente su nombre, dónde vivía, ni con quién pero sí que existía en la zona de influencia de nuestro pueblo.  Bien pudo ser en Alberdi, Diego de Alvear, San Gregorio o donde el misterio de interrogación del lector pueda llevarlo.  Qué importancia puede tener tanto dato si al fin y al cabo era motivo de preocupación sólo para Alberto.

En oportunidad de un baile en el Club San Martín de Iriarte, Alberto no se animó a bailar con nadie ya que había quedado bloqueado emocionalmente al verla llegar con todo su esplendor de la mano de su acompañante.  El salón completo giró para mirarla, aún a costa de algunos codazos de las señoras presentes.  Sintió, repentinamente, un gran desinterés por todas las demás, a pesar que algunas de  ellas eran realmente interesantes.

Dada la ubicación de las mesas quedaron, a una cierta distancia, frente a frente y por momentos a él le pareció que ella pudiera sentirse un tanto incómoda por la permanente persecución de sus ojos. Bajó la vista como para que ella se diera cuenta, en señal de disculpa y se retiró del baile.

Tiempo después, no muy lejano, una amiga de confianza le comentó que aquella hermosa mujer había preguntado sobre su identidad, ocupación y estado civil, aunque sin demostrar demasiado interés.  Para él fue demasiado importante…

Se enteró que se había puesto de moda un baile mensual de “solas” y “solos” en el Club Puerto Belgrano, en San Gregorio y eso le permitió pensar que sería una buena oportunidad para, al menos, poder dirigirle la palabra. También supo que ella, aunque no siempre, había asistido a dichos bailes.

Un domingo por la noche asistió a un asado con amigos, luego de un intenso partido de futbol.  Tomaron lo suficiente y en la sobremesa, entre chistes, cuentos y anécdotas de conquistas hicieron un paneo general de las chicas más lindas y por supuesto, también se habló de ella, aunque en este caso a título de comentario dado que estaba en pareja. El se alteró ante su inclusión en la lista pero no exteriorizó su opinión, para no caer en evidencia. De cualquier manera estaba convencido que en su interior circulaba una ilusión imposible…  

De pronto y sin entender demasiado se encontró subido al tractor pasando el disco, para luego sembrar un lote de trigo.  Su viejo estaba enfurecido porque amenazaba una cercana tormenta y supuso no poder terminar con la tarea.

Se sintió un tanto incómodo y sus pensamientos se fueron a sus días de estudio en la ciudad, repasando encuentros con Carlitos Gómez, Abel Gutiérrez y el chino Shuan.  También cuando el difícil profesor de Ciencias Naturales lo había bochado injustamente. 

Pasaron varios años, según él recuerda y en algunos encuentros casuales percibió en ella que su forma de mirar le daba una expectativa diferente y que, de alguna forma, buscaría la manera de expresarle tanta ansiedad retenida en sus sentidos, aunque ello le jugara un disgusto irreparable y final.

Sintió una molestia en su cuerpo, por momentos algo de frío y en otros un tanto de calor,  balbuceó frases incoherentes mientras repasaba las noticias del día domingo frente al televisor.  Se acordaba de ella pero no reparaba en ella.  Volvió a acomodarse una y otra vez, buscando la posición que más lo relajaba…

No le gustó demasiado saber que un hermano suyo había decidido hacer un largo viaje, sin invitarlo pero no pensaba recriminarle tal decisión, porque debido a su trabajo, tampoco hubiera podido acompañarlo.

Finalmente llegó el ansiado fin de semana que sería para él una fecha inolvidable.  Supo que ella iría y también decidió hacerlo. Se preparó con todo su mejor ropaje, eligió el perfume que supuso irresistible, decidió que ningún amigo tendría lugar en su automóvil buscando así libertad de acción y, con el corazón acelerado, salió pensando cómo sería aquel encuentro…

Mucha gente, música estridente, amigos que no se veían desde hacía bastante tiempo, ex compañeras y compañeros de bailes de antaño, expresiones de asombro por lo gordo, flaco, linda, fea, vieja o viejo que cada uno veía en los demás y allí, como un relámpago enceguecedor, apareció la versión perfecta de su imposible.

La dejó bailar con otros, esperando el momento oportuno. Varias veces  intercambiaron una sutil sonrisa y cuando el disc jockey dispuso una música lenta, él la miró con complicidad que ella aceptó.  Se dirigió hasta su mesa como un típico caballero de los años 50, retiró suavemente su silla y con un gesto galante la tomó de la mano y la llevó al centro de la pista.  Bailaron intermitentemente toda la noche, tratando de no despertar demasiadas sospechas, dado que ella estaba sola pero comprometida. Pero lo cierto era ya que ambos, habida cuenta de sus charlas al oído, tenían decidido que de allí no se irían solos.  No lo podía creer. Seguramente, pensó, a él no le estaba pasando lo que le estaba pasando.  Demasiado lindo.

El se fue primero y a la media hora ella saludó a sus circunstanciales compañeras, argumentando que se le haría demasiado tarde…

Detuvieron sus autos a los pocos kilómetros de acuerdo a lo convenido, en un camino vecinal. Apagaron las luces.  El subió al coche de ella, conversaron muy poco y en el momento propicio para darle el más lindo de los besos, un ruido ensordecedor lo trastocó.

Eran ya las 6,30 de la mañana del lunes y su despertador no había tenido piedad, sacándolo de tan apasionado sueño.  Acalorado, se sentó en la cama con sus pies hacia el piso, meneó la cabeza reiteradamente, sonrió en su interior y decididamente fue en busca de agua fresca para su cara…

                                                                                                                  Oscar Marzol

                                                                            Buenos Aires, 20 de Junio de 2020

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