Historias de Iriarte
cuentos de Oscar Marzol
Hubo tiempos difÃciles en todos lados y en consecuencia, también en la zona de Iriarte. La racha de abigeatos, es decir robo de ganado, no cesaba a pesar de los ingentes – según ellos – esfuerzos de las fuerzas policiales. Como para demostrar lo enunciado, en las proximidades de la estación de servicio “Paradero de los Reyes†sobre la ruta nacional 7, a pocos metros de la entrada principal a nuestro pueblo se estableció precariamente, dado que lo hacÃan en un modesto tráiler, un destacamento policial de verificación circulatoria compuesto por un “oficial†y dos ayudantes que semana a semana eran reemplazados por otro equipo similar.
Documentación vehicular en regla, apertura de baúles en busca de armas o elementos delatores, “portación peligrosa de caraâ€, origen y destino del viaje. La ciudadanÃa un tanto molesta por las lógicas demoras pero los chacareros zonales respirando con mayor tranquilidad. Por fin se habÃan tomado cartas en el asunto…
En la mañana del 17 de Mayo de 1987, nos enteramos que alguien conocido habÃa sido detenido la noche anterior y que estaba prestando declaración en la ComisarÃa. No lo podÃamos creer, porque el personaje en cuestión no era hombre de delito y no tenÃa vinculación alguna con representantes de la ganaderÃa, carnicerÃa ni aún con los cuestionados galgueros que en la necesidad de alimentar a sus perros, habÃan incursionado en la depredación.
Noche cerrada y frÃa. Asà la describirÃa al dÃa siguiente lo sucedido, mi amigo “Botellón†Lovelli, quien tenÃa cierta tendencia a elaborar con algunas tergiversaciones sucesos con situaciones grandilocuentes en donde él era el principal protagonista :
“HabÃa estacionado mi vehÃculo, un Torino 380 rojo, en un camino vecinal. Junto a dos amigos, linternas en mano y escopetas para intentar cazar algunas perdices y liebres, ingresamos al campo de la estancia San Alberto. Tarde ya, de pronto uno de mis acompañantes visualizó la baliza celeste del patrullero policial que venÃa en sentido contrario a nuestro automóvil. Desesperados porque presentimos que podÃamos ser sospechosos del delito de moda, nos arrojamos al piso para no ser detectados. Ellos pasaron a muy baja velocidad pero siguieron su camino rumbo al famoso boliche situado en el cruce, no teniendo dudas nosotros que volverÃan. Cuando las lucecitas rojas del patrullero se disiparon con la tierra, dejamos las armas escondidas entre los yuyos a unos veinte metros, saltamos el alambrado sin aliento y en el mismo instante en que puse el coche en contacto, aquellas tenues luces rojas se potenciaron por una brusca frenada y en no mucho tiempo más aparecieron las blancas, en alta y baja. Les habÃamos sacado cierta ventaja y mi máquinaroncaba de emoción. Mis amigos, con el cogote dado vuelta, la respiración agitada y al grito de “metele pata…â€, se encargaron de pergeñar dónde yo los tirarÃa al entrar al pueblo. Asà lo hicimos y al llegar a casa abrà el portón de tejido entrando el vehÃculo que quedó estacionado junto a la pared lateral de mi dormitorio. El corazón pedÃa permiso para tranquilizarse pero gracias a Dios todo habÃa pasado. Mirá si los milicos me iban a alcanzar con ese cochecito…!Me puse el pijama y en pocos minutos quedé dormido por la gran tensión soportadaâ€, pero a las 4 de la mañana fueron a buscarme a casa porque sospecharon algo y querÃan hablar conmigo…â€.
Hasta aquà la versióndel particular para el populacho.
DistarÃa bastante de la versión del oficial Severino Núñez :
“Eran las 3,30 de la noche del sábado 16 de mayo del corriente cuando un masculino pasó con su vehÃculo Torino, cuyo color y patente no pudieron ser identificados porque, a pesar de nuestra insistencia con las linternas reglamentarias para que disminuyera la velocidad y se detuviera sobre la banquina, hizo caso omiso a la instrucción de la autoridad y raudamente continuó con su alocada marcha, entrando en el pueblo de Iriarte con una maniobra descabellada. A cargo del destacamento, quien suscribe instruyó a uno de sus ayudantes para que en vehÃculo de la fuerza lo acompañara e ingresaran al pueblo en busca del desacatado conductorâ€. Ubicado el automóvil en un pequeño patio junto a la casa, el que suscribe golpea insistentemente la puerta de la vivienda. Luego de unos minutos de espera, se apersona un masculino de baja estatura, en ropa de cama desalineada, chancletas y con un bostezo reprimido y restregándose los ojos, pregunta inocentemente “me estaba llamando “oficial†? Perdone, no lo escuchabaâ€. Simultáneamente, era muy perceptible el quejido ruidoso del motor del automóvil aludido en su proceso de enfriamiento. Acto seguido, quien suscribe ordena su presentación inmediata en las instalaciones de la ComisarÃa, a fin de prestar declaración sobre su real procedencia, estado con cierto aliento alcohólico y motivos para no responder a la consigna y tratar luego de eludir su responsabilidadâ€.
Extraoficialmente, algunos supieron en la mañana de aquel domingo la verdad, pero optaron por dejar vigente la versión de aquél, para no complicarle la vida. El Botellón habÃa ido a jugar fuerte al casino de Laboulaye, engañando a su familia, perdiendo todo lo apostado y bastante chupado, habÃa logrado llegar a destino.
Oscar Marzol
Buenos Aires, 1 de Agosto de 2020
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