Historias de Iriarte
Cuentos de Oscar Marzol
La frase literal del tÃtulo es conocida en la jerga popular como la acepción del engaño cometido por un “vivillo“que se aprovecha de la inocencia de un “ingenuoâ€.
Nuestro Juan Nicolás era un hombre alto, corpulento, cachetes colorados, labios gruesos como borde de bañadera antigua. De andar cansino, alpargatas, bombachas de campo y gorra galponera con su ala frontal doblada hacia arriba. Conversador hasta el cansancio, afable, con muchas historias de tambo, cosechas, yerras, galpones y tormentas. Gran jugador de bochas con sus blancas alpargatas – acordes a tal ocasión – junto a Carlos Romitelli, Horacio RodrÃguez, el pibe Beltramino, Rómulo Quintana, Nico Matelján, el gringo Nani, Juan Garay y algunos otros. SolÃa emitir un sonidito tipo muletilla…em, em.
Ya mayor – separado y solo – solÃa sentarse en los bancos de cemento de la plaza y rodearse de jóvenes de ambos sexos a quienes, seguramente, seducirÃa con sus anécdotas de vida.
En el campeonato local de papi futbol del 65, una vez anotados todos los equipos que participarÃan de la contienda, él me convocó para integrar un último plantel con todos aquellos que habÃan quedado desahuciados y fuera de las listas. El serÃa el arquero y capitán y lo denominó “el rechazoâ€. Era muy gracioso – para mà – seguir sus instrucciones sobre desplazarme hacia uno u otro lado, con la señal de sus ampulosas manos y su permanente… ¡Carcito Carcito! . Ganamos el torneo y su popularidad fue en ascenso.
Nuestro tÃo AgustÃn, gran comedor de asados y ensalada repollada – con el tiempo descubrió que ésta era la causante de sus permanentes dolores de cabeza -, callado, de voz muy baja y con la manÃa de acomodar todos y cada uno de los bocados en el plato mediante un gran despliegue y ruiditos de tenedor y cuchillo.
SolÃa AgustÃn pasar a buscar a Juan para que lo acompañara no se bien hacia dónde y con qué objetivo. Cierto dÃa de verano, en un viaje a General Pinto, saliendo del pueblo rumbo a Iriarte, pisó una linda gallina bataraza. Conscientes ambos que se habÃa cometido un homicidio culposo – digo culposo, porque aparentemente, la culpa la habrÃa tenido la gallina que imprudentemente cruzó la calle-, AgustÃn desesperado dio la orden a su acompañante de recoger la gallina desplumada, introducirla en el baúl del auto y salir lo antes posible de aquel lugar, so pena de las represalias de los vecinos que hubieran podido presenciar la escena. Asà lo hizo Juan y luego de escuchar los estertores aleteos finales del animal, el silencio cómplice solo fue interrumpido por algún comentario de ocasión.
Luego de un viaje de casi una hora llegaron a Iriarte. AgustÃn lo llevó a Juan hasta su casa. En el momento del saludo final, con la ventanilla del acompañante abierta, ambos – al unÃsono – se preguntaron sobre el destino final de la gallina.
Presuponiendo que el tÃo tendrÃa los derechos de propiedad sobre el animal, Juan fue hacia el baúl, apareció con la gallina muerta colgando de las patas, se la mostró al tÃo, la llevó hasta su nariz y en gesto despectivo de asco le dijo…em, está podrida y sin más la arrojó a la cuneta de su casa en señal de desprendimiento y desinterés por aquella porquerÃa…
Saludó a AgustÃn con la mano y entró raudamente a su casa con una cierta renguera de cansancio.
Una vez disipada la polvareda del auto del tÃo, contemplada desde el ventanal de su cocina, salió a recuperar el preciado trofeo.
Al dÃa siguiente comentaba en el club San MartÃn, lo bueno que le habÃa salido el “pucherito de gallinaâ€.
Iriarte, 13 de Abril de 2020
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El Viejo Agustin , que lindos recuerdos…