Historias de Iriarte
Cuentos de Oscar Marzol
Una siesta en verano…
El pequeño y ambulante parque de diversiones “Yuyito†que semana tras semanas recorrÃa nuestros pueblos, tratando de ganar unos pocos pesos y brindarnos un tanto de alegrÃa, llegó a Iriarte a mediados de Febrero del 61 – yo tenÃa entonces, once años -.
Un par de botes de chapa – azul y rojo – colgados de soportes de hierro, cuyo empuje era a base de tirar de dos sogas por parte de los ocupantes en asientos enfrentados, una frágil calesita, un tablón sobre el que se apilaban convenientemente diez tarros vacÃos de duraznos en almÃbar a los que habÃa que derribar con bolas de trapo, una tabla con agujeros numerados en los que debÃan insertarse seis pelotas de madera macizas. Todo ello para tener acceso a premios tales como una alcancÃa de yeso, una jarra de vidrio, una desencantada muñeca o una jabonera de plástico.
Pero ese año habÃa una novedad. Un muñeco de goma bajo un arco – con red y todo – en posición de arquero con los brazos extendidos, cuyos pies tenÃan un peso desproporcionado con respecto al resto del cuerpo, a modo tal que el pateador, con una pelota semidesinflada, debÃa hacerlo con todas sus fuerzas y además dar en el lugar indicado para poder voltearlo.
¡ Imaginate ! Todo nuestro pueblo era futbolero y cada uno acumulaba suficientes méritos y antecedentes para formar fila en busca del éxito.
“Américo†( Souto ), un humilde trabajador en las bolsas de cereal de los galpones ferroviarios ( de los que éramos vecinos ) y asiduo consumidor del noble licor de uva estaba en el parque. Sereno, buen tipo, pacÃfico, pero casi inexorablemente “en pedoâ€. SolÃa mi madre preguntarle “ ¡ de dónde habÃa venido ¡ â€. El contestaba con firmeza “de Belarrudé†( Bernardo Larroudé – La Pampa ) y cuando ella avanzaba en la inquisitoria sobre su vida personal, acerca de cuántas mujeres habÃa tenido, nunca hubo otra respuesta que la estrofa de un tango : “ ¡¡¡ quizás no lo sepas nunca, quizás no lo puedas creer !!! â€â€¦. ( siempre dicho en tono socarrón y picaresco que invitaba a reiterar la misma pregunta en cada encuentro, en ánimo de recibir la misma respuesta ). Miraba atentamente – porque estaba sobrio – todos los desafÃos de aquel atardecer y se encargaba de “gastar, animar, repudiar, silbar†haciendo reÃr a algunos y calentar a otros tantos. Igual, dado que era buen tipo, nadie se atreverÃa a agredirlo seriamente.
Se armó un desafÃo por pocos pesos entre dos grupos de tres y Américo serÃa el referee. Todo anduvo bien hasta que en un reñido final el árbitro le anuló un tanto al “pata Agrasoâ€- linda piedra para la honda-diciendo que habÃa adelantado la pelota. Por ende, aquel perdió el juego y la guita.
Seguramente y de hecho asà sucedió, el próximo sábado y domingo los parroquianos volverÃan a juntarse para las revanchas correspondientes.
Aquella siesta estábamos jugando frente a la fonda de “José y Corina Peroniâ€. El calor insoportable y nosotros, con mis hermanos, esquivos a dormir en ese horario, solÃamos jugar a la pelota en la esquina de casa, lejos en lo posible, de la ventana del viejo Ramón – nuestro padre – para no despertarlo.
El “pata†y otros muchachos de mayor edad que nosotros regresaban del San MartÃn luego de un truco y unos tragos. Eligieron dos ombúes paraguayos que existÃan en la vereda y harÃan de arco ; la red era el tejido a rombos impregnado de ligustrina que enmarcaba el patio de la fonda ; el punto de penal, el filo opuesto de la calle. Pusieron una “especie†de muñeco y dijeron que debÃan practicar para la competencia de la noche en el parquecito. Asà estuvieron un rato, pateando con la mayor fuerza posible, entre permanentes risotadas de ellos y nuestras, tratando no de hacer goles sino de “ ¡ tumbar el muñeco ! †… Finalmente un pelotazo lo derrumbó y quedó sangrando, dolorido y sentado en el suelo. Era el pobre “Américo†que en un estado de lamentable ebriedad se habÃa prestado al juego. El “pata†le gritó “preguntale al referà si la pelota estaba adelantadaâ€
Quedamos todos paralizados.
Un error de juventud…
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