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Tercer concurso literario: Gente de campo

MUSEO IRIARTE

2021 –
TRABAJOS PREMIADOS

La culpa ha sido, sin duda, de la pandemia y de tanta confusión como produjo; a eso se reduce la explicación debida de por qué los trabajos premiados a comienzos de 2021 en el III Concurso Literario “Campo y Pueblo”, puesto bajo el amparo de las actividades que realiza el Museo Iriarte, sólo ahora, tras tres años de demora, salen a la luz en la previamente acordada publicación.
No es sino una muestra más de las muy serias dificultades vividas y, a la vez, un aviso para tener en cuenta a propósito de otras muchas que se siguen padeciendo o que se padecerán, aunque también podría servir –y sería gran cosa que así fuese– para recordarnos que enfrentarlas es el permanente destino que nos cabe como individuos y como sociedad, en virtud de la gravosa repartición universal de cargas que a cada cual son asignadas.
Aquel trance, hoy está superado y la aparición de este volumen viene a acreditarlo: las muy estimables vocaciones de ser escritor, la lucidez en la criba de la memoria, en la emoción y en la compresión, que se han querido destacar de entre los trabajos que fueron entonces presentados, finalmente tienen aquí reconocimiento expreso y esto debe congratularnos enormemente.
Era necesario, pues, tener paciencia; y como es ineludible en toda ocasión, ha sido necesario tener asimismo tesón para cumplir con las expectativas que alimentaban esa paciencia; ahora el periplo ha terminado y el barco entra a puerto; trae textos entra12
ñables, llenos de nostalgia y de fervor, personales y querendones, capaces de resistir el asedio del olvido y que no valen menos ahora que hace unos años, sin perjuicio de que la tardanza haya inquietado a quienes permanecían en la incertidumbre acerca de qué pasaría con sus aportes, aunque todo esto malamente ocurrido tampoco podría ser del todo ajeno a autores con tanto ahínco apegados –según dan testimonio sus escritos– a vivencias atemporales que conectan y rescatan lugares, trabajos y tradiciones.
En la continuidad que ha vuelto a tener la publicación referida a este concurso “Campo y Pueblo” hay que resaltar, en primer lugar, la decisión de Oscar Marzol, quien en este tiempo se ha topado asimismo con trabas en la labor denodada que dedica al Museo Iriarte y al Botánico, y que siempre imaginó el certamen literario del que tratamos como una proyección de esos grandes emprendimientos, como su extensión cultural y sentimental, y, en el fondo, como una prolongación imprecisa y sustancial de esos cuentos que a veces se relatan entre mate y mate, al cabo de la jornada rural, ya sobre el filo de la noche.
Con la voluntad que ha signado toda su existencia, con la pulsión con que acomete invariablemente cuanto se propone hacer, es que encaró el dar adecuada culminación a este III Concurso y puso manos a la obra, con el resultado que ahora cabe celebrar; esa actitud y el empeño consecuente, no son de extrañar en él y de sobra lo hacen acreedor, nuevamente, al encomio a que está acostumbrado… Es un personaje este Marzol: de la nada ha generado un museo insólito en el norte extremo de la campaña bonaerense y ahí mismo tiró, de yapa, la esplendidez de su botánico, en tanto recorría medio país en busca de objetos, de retazos de historia.
¿Por qué lo hace? Él, modestamente, atribuye el hecho a que es “coleccionista”; sí, de acuerdo, es coleccionista y hasta
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portentoso coleccionista, pero no un coleccionista característico, porque la gente de esa condición, como es sabido, suele ser egoísta y reservar todo para sí, en una especie de ansiedad solitaria. Por el contrario, Marzol nos muestra y nos da todo lo suyo, se lo ofrece a amigos y a curiosos, a jóvenes y a viejos, a estudiosos y a pasmados y, sobre todo, a su pago de Iriarte, por el que tanto ha venido haciendo.
A su respecto me acude a la cabeza, como mejor justificación para tal comportamiento, aquello de Virgilio, el poeta latino, quien narra haber hallado, junto a un camino, a un anciano que estaba plantando el gajo de un roble, árbol de muy lento crecimiento.
–Anciano, lo interpeló: ¿por qué plantas ese roble, si tú no lo verás crecer?
Y la respuesta fue: –Hijo, yo no planto para mí; planto para los dioses inmortales…
Fernando Sánchez Zinny