Rincón literario

«Una tarde en la estancia, estaban varios tales como Haroldo Mateljan, el Vasco Larrañaga, Carlitos Guidobono, el Nato y, por supuesto José y Cacique mirando caer una copiosa lluvia, desde la plataforma cubierta donde atracaban los carros lecheros para entregar sus tarros, tomando unos mates para aprovechar el tiempo y hablando de todo un poco – básicamente, con poco contenido.»

«Noche cerrada y fría. Así la describiría al día siguiente lo sucedido, mi amigo “Botellón” Lovelli, quien tenía cierta tendencia a elaborar con algunas tergiversaciones sucesos con situaciones grandilocuentes en donde él era el principal protagonista (…)»

«No sería una visión chiquita, egoísta, desconsiderada para con el resto, asignarles la propia angustia que el transcurrir de sus días latía en su pecho y resonaba en sus oídos…?»

«Un partido, luego la revancha y después “el bueno”. La noche se alargaba y en algunos se notaba “un ligero descontrol interno”. Si no había más plata, se cargaba en cuenta, sin riesgo, porque ese crédito era sagrado.»

«Se enteró que se había puesto de moda un baile mensual de “solas” y “solos” en el Club Puerto Belgrano, en San Gregorio y eso le permitió pensar que sería una buena oportunidad para, al menos, poder dirigirle la palabra. También supo que ella, aunque no siempre, había asistido a dichos bailes.»

«Hacía escasos quince minutos que se había retirado del boliche, totalmente mamado. Caras de preocupación, incertidumbre y la designación apresurada de un grupo de rescate hacia la casa del gordo que, sentado con un pucho apurado como medicina y un vaso de agua fresca, contaba la pelea que terminó en puñalada.»

«Hubo temporadas de encuentros más fluidos, cuando ambos tenían claridad y coincidencia en lo que estaba sucediendo y ameritaba la toma de un café o una copa de vino. En otras, llegaron casi hasta evitarse aún conscientes que ambos circulaban por veredas muy cercanas.»

Por qué la idea de organizar concursos literarios?

por Oscar Marzol En la fría tarde del domingo 14 de mayo de 2006, sin pensarlo demasiado, comencé a escribir…

«El “Veterinario” Haroldo Mateljan cumplía sus funciones normalmente. El “Vasquito” Héctor Larrañaga inseminaba. Los hermanos “Cacique” y “Carlitos” Guidobono, junto a “Gorra de lana” Bernardo Silvano, formaban el resto del equipo general para llevar adelante dicho emprendimiento.»

«El “gallego” y El “roque” habitaban una modesta casilla de campo, con precarias instalaciones, que habían anclado al reparo de un pequeño monte de viejos paraísos, para protegerse del viento y el sol. Carlitos tenía su nido en un modesto “rancho de personal” a cierta distancia de la casita principal reservada a los Larrañaga.»

«Las relaciones entre vecinos de toda la vida siempre fueron cordiales, respetuosas, solidarias y demás calificaciones positivas que de ninguna manera podían esbozar la posibilidad de conflicto alguno.
Eso sí, ambos jefes de grupo, tenían su “personalidad” y “ancestralidad italiana”…»

«Súbitamente, a eso de las 21 horas se abre la puerta y entra un “croto”, bien croto que, según él mismo comentara, bajó del tren carguero que desde Godoy Cruz, Mendoza, se dirigía a Buenos Aires. Sucio, con derruidas alpargatas, pantalón a la pantorrilla, saco cargado de no se supo qué pero con sus bolsillos bien estirados y una gorra impresentable. Miró, saludó sin saludar, y se pidió “una caña”.