literatura

«No sería una visión chiquita, egoísta, desconsiderada para con el resto, asignarles la propia angustia que el transcurrir de sus días latía en su pecho y resonaba en sus oídos…?»

El yerro

«Los presentes voltearon uno a uno para observar al gaucho que estaba allí detenido, en suspenso. Era de verdad enorme (…)»

«Un partido, luego la revancha y después “el bueno”. La noche se alargaba y en algunos se notaba “un ligero descontrol interno”. Si no había más plata, se cargaba en cuenta, sin riesgo, porque ese crédito era sagrado.»

«Se enteró que se había puesto de moda un baile mensual de “solas” y “solos” en el Club Puerto Belgrano, en San Gregorio y eso le permitió pensar que sería una buena oportunidad para, al menos, poder dirigirle la palabra. También supo que ella, aunque no siempre, había asistido a dichos bailes.»

«Hubo temporadas de encuentros más fluidos, cuando ambos tenían claridad y coincidencia en lo que estaba sucediendo y ameritaba la toma de un café o una copa de vino. En otras, llegaron casi hasta evitarse aún conscientes que ambos circulaban por veredas muy cercanas.»

El legado

«Caminé hasta la camioneta. Tanteé debajo del asiento. Allí estaba el revolver. En dos trancos me acerqué a la puerta. Un disparo y el candado enmohecido saltó hecho añicos. Una patada y la puerta se abrió con un chirrido.»

«El “Veterinario” Haroldo Mateljan cumplía sus funciones normalmente. El “Vasquito” Héctor Larrañaga inseminaba. Los hermanos “Cacique” y “Carlitos” Guidobono, junto a “Gorra de lana” Bernardo Silvano, formaban el resto del equipo general para llevar adelante dicho emprendimiento.»

«El “gallego” y El “roque” habitaban una modesta casilla de campo, con precarias instalaciones, que habían anclado al reparo de un pequeño monte de viejos paraísos, para protegerse del viento y el sol. Carlitos tenía su nido en un modesto “rancho de personal” a cierta distancia de la casita principal reservada a los Larrañaga.»

«Las relaciones entre vecinos de toda la vida siempre fueron cordiales, respetuosas, solidarias y demás calificaciones positivas que de ninguna manera podían esbozar la posibilidad de conflicto alguno.
Eso sí, ambos jefes de grupo, tenían su “personalidad” y “ancestralidad italiana”…»

«Súbitamente, a eso de las 21 horas se abre la puerta y entra un “croto”, bien croto que, según él mismo comentara, bajó del tren carguero que desde Godoy Cruz, Mendoza, se dirigía a Buenos Aires. Sucio, con derruidas alpargatas, pantalón a la pantorrilla, saco cargado de no se supo qué pero con sus bolsillos bien estirados y una gorra impresentable. Miró, saludó sin saludar, y se pidió “una caña”.

Mi madre querida, mi vieja de entonces,
Cuánto me ha quedado por hacerte oír;
En algún recodo del nuevo camino,
Yo sé que algún día te lo he de decir.

«El pueblo estaba convulsionado porque ambos habían llegado a la final que se disputaría el 25 de Mayo de 1968. Mitad del pueblo por la roja, mitad del pueblo por la celeste.»