Historias de Iriarte
cuentos de Oscar Marzol
En el mundo laboral hay dos formas bien distintas de encarar la vida…
Una de ellas lo involucraba a Roque Sorobeo – “el Roque†– .Nunca quiso depender de ninguna patronal, ser libre, manejar los tiempos y los montos pero también sabÃa que el precio era no conseguir la “changaâ€, comer salteado, pedir prestado. Lo salvaba su calidad de buen tipo, alegre, dispuesto a lo serio y a la joda y por supuesto, a cuanta actividad le sugirieran necesitar. Flaco, de alpargatas, bombacha campera, faja de lana en colores, boina vasca color blanco. Una de sus actividades preferidas era el trabajo en el stud de Carlitos Lovagnini, a quien le “vareaba los caballos†por los alrededores de Iriarte. Y cuando digo Stud no estoy hablando de Palermo ni San Isidro pero era “el stud de nuestro puebloâ€. No tiene importancia comentar cuántos caballos albergaba…
DifÃcil de encontrar en el pueblo porque, como el zorro, se desplazaba en horarios no habituales al resto.
Otra era la postura del “puntano†Pérez, aunque los compañeros cercanos le decÃan “el Hermano†algo mayor que aquel, empedernido soltero, ordenado y con conchabo fijo en la planta láctea. No ganarÃa mucho – seguro que no – pero mensualmente tenÃa su ingreso. Alquilaba una pieza a los Videla, donde también vivÃa Doña Pancha (hoy la antigua casona reformada que existe calle de por medio con Mary y Angelito Macchioni). Allà tenÃa su hogar completo, con heladera bien surtida, inclusive. Grandote, ropa prolija, zapatos para la ocasión, lindos ojos, sonrisa permanente.
Cada uno de ellos conocÃa al otro, o suponÃa al menos, aún sin llegar a ser amigos en todo el sentido de la palabra. Se veÃan a diario en el Club San MartÃn donde protocolarmente se jugaban partidas de truco, con un vermouth o vaso de vino y alguna “picaditaâ€. En la jerga masculina de aquel entonces el Roque se habÃa ganado la fama de ser un “hombre bien dotadoâ€.
Cierta tarde, allà por el año 75, Roque venÃa de una semana laboral a los tumbos y andaba “bastante secoâ€, bancado por sus amigos de siempre. TÃmidamente se acerca al puntano y le comenta que “habÃa enganchado algo imperdible†pero no la podÃa llevar al stud y necesitaba un lugar para proceder…
No fue necesario insistir. “Tome la llave mi amigoâ€, evite las exclamaciones exageradas en el encuentro para que no haya quejas de los vecinos y cuando termine, salga cuando esté oscuro y me deja las llaves debajo de la maceta que está en la entrada…
Roque volvió aquella noche al club rozagante y cruzó unas miradas con el puntano en señal de agradecimiento. Cuando éste último – que normalmente no jugaba al truco, se levanta de su silla rumbo al baño, le pregunta en voz baja “cómo te fueâ€â€¦â€, “bien Hermano…†y socarronamente le dice “meimagino cómo habrá sufrido esa mujer …â€.“bueno…no exageresâ€.
En agradecimiento y al instante, Roque le grita al Toyo DÃaz (conserje del club), “servile un vino al Hermanoâ€, que se lo merece…
Al dÃa siguiente, y a media cuadra de encontrarse frente a frente en la calle, el Hermano a los gritos lo empezó a putear graciosamente.
Roque, muerto de hambre, seco y con una cara “complicada†confesarÃa que hubiera sido imposible que una mina le diera bola. Ni desarmó la cama… ¡ Entró a la pieza del Hermano, le comió un pedazo de asado frÃo que habÃa en la heladera, dos salamines, el queso y medio litro de vino tinto…!
A través del tiempo y a cada tanto le proponÃa “¿ no me empresta la llave Hermano …?â€
No hermanito, váyase a la …
Usted me come todo.
Oscar Marzol
Buenos Aires, 7 de noviembre de 2020
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